Mario Martín no es sólo la
voz en el cine de Jim Broadbent,
Sydney Pollack, Jean Claude Carrière o de Tony Fucile, “Pompidou” en
“Ratatouille”, es un hombre de cine y de
mucha televisión. Polifacético. Fue un impresionante “archivero”, en “El rey pasmado”.
Le hemos visto en otras innumerables series de televisión. Recuerdo “Periodistas” o
“Los misterios de Laura”. Fue obispo antes de cura. En 1998, en “La casa de los
líos”, tuvo ese rango eclesial. Y hoy es un cura, un personaje bueno que dignifica a una Iglesia que sólo existe en el
noble corazón de los románticos. Ejercita casi un misionado. Es un cura tonsurado, metete y testarudo, que se desliza sobre la delgada linea floja
de PV. Está encasillado en papeles en los que se hace necesaria una búsqueda de
mejores formas de servir a los demás y semejantes. Absolutamente hetereogeneo, puede
interpretar, con absoluta solvencia, desde la comedia clásica hasta el drama.
Pasando por los mil personajes a los que “sigue” en la pantalla (a recordar el
siniestro “Víctor Ziegler” de “Eyes Wide Shut”) y terminando por variopintos secundarios de lujo de televisión: Un doctor, un rector, un jefe de policía, un cura
en “Guante blanco” u otro sacerdote, éste de PV: Don Anselmo. Triste, que daba una
compasión infinita esta tarde. Un momento sin duda álgido en la carrera
interpretativa de Mario. La edad le ha hecho vulnerable al trabajo. Rumia en la cena, el fracaso vital y le duelen la ausencia y falta de compañía del que ya no está. Es la soledad de todos, al
final, que nos hace sentirnos vacíos y apartados. La dureza de la realidad se impone a la fe y a la
esperanza. Un jornalero del reino de Dios, pero un hombre con sus flaquezas y
sus recuerdos, con su corazón y sus necesidades afectivas. No es un santo, es
“Don Anselmo, entre las criaturas más maravillosas de la televisión. Un
instrumento para llevar la `palabra de un Ser ignoto y enigmático, y que necesita del calor del pupilo y de su gente de alrededor, en el tramo final de su vida
humana.
Me decía un jesuita que me
apreciaba mucho en mi labor radiofónica,
me solía comentar que "era una pena que yo fuera ateo, pero que creía en Dios más que la mayoría, porque hacía felices a los demás con la radio peleona que siempre he realizado". Un jesuita
de San Sebastián, el padre Barandiarán. Era mayor, se encontraba bien atendido
pero se veía abandonado. Le gustaba contar a los amigos de su perseverante
deseo de encontrar la verdad en su Cristo, en esos sus presagiados últimos días
antes de presentarse ante Dios. ¡Menuda se armó con aquella entrevista!. Se
preguntaba sobre dónde estaban todos sus compañeros de la Orden, todos enterrados en "Loiola, y lloraba y
mencionaba que acabamos todos en el crudo desamparo de la cruz.
Era muy culto, había vivido en
Alemania y era consciente sobre el indefectible destino del vocacional
sacerdote entregado a la cultura y a la fe, el rumbo al que te conducen esas
virtudes, que no es otro que el de un viejo pastor ingratamente ninguneado.
Hoy, hasta ha habido un momento
de vulnerable debilidad por un flanco, que ha intuido “Francisca”, dentro
de las amistades peligrosas propuestas por “Doña Paca” a su pupila, a una más que
peligrosa “Jacinta”/ Victoria, a darle de comer aparte también en el “Jaral”.
¡Miren!. La cacique local ya intervino teléfonos, monitorizando una
conversación telefónica de importancia sanguínea, antes de las “escuchas” contemporaneas,
intercambiando información de modo fraudulentamente encubierto, para una
deplorable acción. Mucho antes de que, José Blanco, hoy noticia, no lograra anular las
escuchas del caso “Campeón”. ¡Vaya dos!. Dos asesinas, una de ellas, además,
falsificadora de personalidades y firmas de cheques bancarios; dos brujas, nada
ambiguas, que construyen su relación a medida que atraviesan enfangadas por un
mundo destructivo. Ha sido una perfecta secuencia alegórica sobre el salvajismo
que trajina la clase pudiente, coreado por una “trepa”, cambiante centinela en la garita y sostén de la misma. En ese prudente
sospechar, la una de la otra, muy bien llevado por María Bouzas y por Victoria Camps, se
describía una jauría humana de dos en celo, dispuesta a devorar o devorase entre sí a
dentelladas. Secuencia gótica sin coreografía sobre la descomposición de
aquella casta aristocrática y de su país. Y ¡Cuidado! . Cualquier día, “Jacinta”,
amanece como “Francisca” y a “Francisca” se la ha merendado el espectro de
“León, ahora buscando la luz por “La Puebla".
Lo de “Tristán” no es ceguera,
es alunamiento. La escena entre los tres y la torticera foto adulterada, es
increíblemente buena. Está con sus alas de cera, el bonachón de “Tristán”, noble
refunfuñón y algo “sobado” por la “Jacinta”( que por cierto daba un “yuyu" fantasmal, en la foto en cuestión, como para encontrártela de madrugada por el pasillo del segundo piso del Palacio de Aiete de San Sebastián, el lugar más espectral de la Ciudad, recorrido por habitaciones en cuyos armarios, las casullas olvidadas del clero franquista, parece que siguen vistiendo a los fantasmas que se manifiestan ). Caballero "Tristán Ulloa", en
desacuerdo consigo mismo y sin ánima para despejar toda esta duda que le
asalta en su interior. Que le hace agresivo, está inflado de cobardía y sin un
plan B para acabar con todo este enredo; para finalizar como Dios manda, cambiando, por la verdadera cielo de vástaga que tiene en fortuna, a ese “cardo” perverso y
vengativo de “hija” rejuntada, peligrosísima, que en cualquier momento le puede
devorar la misma sangre que dio vida a la hija del fruto del más grande amor de la
historia de la televisión. El de “Pepa Balmes” y de “Tristán Castro”.
Maravilloso y prometedor final hoy. Suena la puerta desvencijada. “Rosario"
tiene algo urgente que comunicar. Asoma con “la telefonista”, la maravillosa actriz de
doblaje y preciosísima voz: Ana Isabel Rodríguez, Anjelica Huston en sus últimos doblajes. Acongojada profesional de las
comunicaciones, que vive porque, “la partera”, la salvó en un parto dificilísimo,
y que les cuenta a “Candela”/Aída y a “Carmen”/Ariadna sobre el espionaje
indiscriminado por parte de las dos golfantas. Dedicado a aquel Jesuita, Gaizka Barandirán, que siempre me apoyó, ayudándome a sobrellevar esta soledad del mando y esta angustia de ser periodista y tan mal visto. !En tu memória!
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