LA VERDAD SOBRE "PUENTE VIEJO"
Todos los caminos son válidos
para alcanzar la verdad, aquí o en “Puente Viejo”. En aquella descalabrada
España de principios del XX, que era un atajo de ladrones, corrompida sin
remedio, a un cristalino “Puente Viejo”, llega una humilde comadrona titulada,
“Pepa”, la fantástica actriz Megan Montaner.
Era el año de 1901. La
Regencia terminaba. Los campesinos sobrevivían entre el abandono y la
menesterosidad. Los obreros se encontraban en pie de reyerta.
Los demás, vivían del “cuento” y de la adulación. Se
otorgaba con nepotismo y se repartía desde la dádiva, como hoy. Sobrevolaba el
garrotazo brutal. Era sobre todo una España rural, presa del fenómeno del
caciquismo, con el que Maura no logró acabar. Con un recién proclamado rey
Alfonso XIII que creó una nación de intrigas y enredos, víctima de su propia
obra; presa de una bajeza moral que llevó al país a no creer en nada y a
esperar menos; que se llenó de menesterosos y de aprovechados que aceptaron
todo tipo de vilezas con tal de no traspasar los borde de su pesebre. La
moralidad no era un ejemplo precisamente.
Mientras tanto, a un pequeño pueblo ignoto de esos
andurriales, a “Puente Viejo”, llegaba una
sencilla comadrona que lo acreditaba con mucho orgullo sano. Una mujer
víctima de tropelías, una chica de verdad y corazón en un mundo hediondo.
Una serie que comenzó como si nada. Hoy, merece estar
entre las tres mejores de la televisión en las últimas décadas. En el podio,
con aquellos capítulos terroríficos donde angustiosamente se buscaba al asesino
del paraguas, en “¿Es usted el asesino?”. Conjuntamente con “La línea Onedin”,
sobre la historia de la navegación comercial, esta, “El secreto de Puente
Viejo”, es ya por méritos propios, una de las más grandes series de la mal llamada
“caja que atonta”. ¡No me cabe alguna duda de
que transcenderá en el tiempo!.
Me quedé sin respirar. Solamente el talento
inconmensurable de Megan Montaner/“Pepa”,
puede conseguir la fórmula de alquimia capaz de transformar el incienso
en vitriolo. Sucede en una parroquia, cuando el novio duda en pronunciar un “sí”, en medio de una gran
expectación general. Una excelente actriz entra rompedoramente en un bodorrio
más falso que Judas. Camina resoplando
contenidamente, recta por entre un pasillo de bancos y ante gente estupefacta.
Segura, sin temer a la verdad, pecho de frente, sin tener nada que ocultar. Se apagan hasta los cirios. Arrojada
contra la beatería, dinamita el templo mientras llega al altar, todo, para
declarar la valentía de su amor inmenso para con la persona de Tristán, el
novio en la historia. Entregándose en cuerpo y alma a la lucidez de una verdad
que les hace libres de parentesco. Enamorada hasta el éxtasis pero
sacrificándose a renunciar y a marcharse si no se le acepta como tal.
¡Fue antológico!. De lo mejor que he visto en mi vida.
Trastoca todos los cimientos de la televisión. Es imposible no sentirse
emocionado ante tan gesto digno y rompedor por el calvario que sufría “Pepa”.
¡Grande Megan!.
Comparada con ella, Claudette Colber, fue una pardilla
cuando abandonó “píjamente” la Iglesia en medio de la ceremonia de boda, en
“Sucedió una noche” de Capra, para reunirse con Clark Gable. En relación con el
trabajo de Megan, la utopía hippie de “El graduado” es melindrosa y la ruptura
estratégica del casorio, es algo gazmoño.
Jamás había aplaudido a alguien como a Megan Montaner. Ya
tiene mi corazón porque sin ella, sin su trabajado carácter interpretativo
absolutamente generoso, controladamente anárquico, hubiera sido imposible este
resultado que enmudeció a toda aquella falsaria y mojigata sociedad pudiente y
racista que, por envidia y maldad, no dudó en lapidarla, en su rechazo general
por “cantarles las cuarenta”.
Excelentemente cuidada, no es una telenovela de pasión.
Aunque el amor brota de la sangre de
los protagonistas, pero ahonda mucho más allá. Con un guión excelente y un
lujoso dialogo culto de un castellano que hemos perdido desgraciadamente, es la
dura crónica de la lucha en soledad contra una excarcelación y de levantarse
empecinadamente cuantas veces haga falta. “Pepa” rompió un pulcro espejo tras
cuyos pedazos las mujeres se contemplaban tal y como se sentían en aquella
sociedad que las sojuzgaba, empobrecía
y humillaba sin piedad. Pero les enseñó a todas las demás a no dejarse
avasallar.
Y “Pepa” jamás se resignó. Luchadora impoluta. Generosa.
Orgullosa de su estirpe. Merecidamente deslenguada con quien se lo merece.
Mujer bandera que lo entrega todo para que su amor sea feliz aunque tenga que
prescindir de él. Fémina ejemplar, plantando gesto al cacique y busto a la
desigualdad. Hija del pueblo, bondadosa,
arrolladora de prejuicios injustísimos en un entorno sin alternativas.
Megan Montaner/ “Pepa”, es imposible no hacer coincidir
químicamente a las dos, enfrenta a muchos
protagonistas de aquella España latifundista; a sus miedos y asesinatos;
a sus
carencias e impotencias; a sus incapacidades y frivolidad. Jamás con
miedo a la
verdad, al “cara a cara”, a lo explícito y a lo solícito, buscando la
libertad,
sin gratuidad y con mucho amor. No me cabe duda de que, Megan, “La
Pepa”, no es
un fenómeno pasajero. En un arco joven, es la mejor actriz que tenemos
en
Europa. Acompañada en el serial por actrices sugerentes y muy
`prometedoras como Carlota Baró, una fiera contenida, una heredera
directa del cine del silencio y del cine de Luis Buñuel.
A pesar de todo, nada es hiriente, aunque tampoco
autocomplaciente. Tiene referencias de Luis Buñuel, pero no su acidez cáustica.
“Megan, no es una mojigata “Viridiana” que acaba aceptando el sistema y la
caridad como equivocada solución a la injusticia y al oprobio. Sí, que es “El
ángel exterminador” de gentes lujosas, de elenco fino y pudibundo, de diferente
vestuario que, cuando asoma ella, enferman y la basura se les acumula. Cuando
compenetra “Pepa” con su belleza transparente y con su afilada lengua
culta, se difumina la cordialidad de
los impostores y se hacen perder las buenas costumbres en los santurrones, para
transformarse ese personal en unos auténticos salvajes.
Para los que estamos curados de espanto y nos desapasiona
tanta “pilinguis” festivalera que busca comer jamón y quiere triunfar pasado
mañana, Megan, ha sido un revulsivo, incluso, en su modo de interpretar.
A su vera, empalidece Angelina Jolie, en “El intercambio”.
“Madame Brouette”, se aproxima un poco a ella cuando lucha contra todas las
humillaciones. “Thelma y Louise”, rompen menos esquemas que “Pepa”. “Coco”, es un símbolo
de libertad que adelanta la imagen de una mujer moderna después de que “Pepa”
la inventara antes. Pero sí que, Megan,
está a la altura de la
inolvidable Romy Schneider, cuya historia de amor nunca estaba cantada, que
siempre se lo jugaba todo, se entregaba totalmente y llevaba las cosas hasta las últimas consecuencias.
Pero Megan, además, es más, es ella misma y es diversa. No
es la chica de moda, es la actriz del presente y del futuro. Y se lo trabaja.
Dentro de 70 años se le recordará por este serial y por todo su trabajo.
Para algunos de “Puente Viejo” es el icono más odiado por
su arrogancia y verdad. No le perdonan que encabece las revueltas con su
torrencial de personalidad; en ocasiones, frágil y he ahí su gran humanidad.
Para otros de hoy y del mañana será la
mujer que siempre hemos amado, capaz de formular su propia apología de la
libertad mientras saca de los roperos de “Puente Viejo”, más esqueletos que en
un film gótico, más cráneos osificados que en el charro de las calaveras. Una
mujer cañera donde cruzar las piernas una mujer, estaba mal visto. Que nada
regalaba a aquella sociedad cínicamente servil.
Es tan genial Megan que consigue, cada tarde y durante
cuarenta y cinco minutos, que nos “trague” la televisión y que el plasma nos
transporte al pasado de “Puente Viejo”,
como en “Pleasantville” pero menos perfecto y “naïf”, para vivir junto a ella
la apología de su inconformismo que no claudica.
No hace falta inventar el “túnel del tiempo”. Ya está
descubierto. Cada tarde que paseamos con “Pepa”, acompañándole en su vida y
desencanto, viéndole luchar hasta el último aliento, beligerante contra la
injusticia; se encuentra, uno, en aquella azarosa época sin gel de afeitar y
sin “móvil”. ¡No importa!. “Engancha” de tamaña manera que, cuando acaba su interpretación, cuando se baja el
telón y volvemos del remoto pasado a nuestro tiempo real, todo es ausencia
nostálgica por la mujer diferente que
más hemos querido cuando vivíamos en aquel sueño, cien años por detrás en el
tiempo y que ya no existe en nuestro siglo. ¡Es una grandísima actriz!. ¡La
mejor!. Y le quiero mucho por ser así.
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