Escribí esto en el 2006, en la primavera de este año. Concursó para un premio a un trabajo realizado sobre el cuarteto músico vocal donostiarra de "Los Xey". Ganó el primer premio en Errenteria, por encima de otro concursante, un arrogante cura y musicólogo, que desde entonces me cogió una manía inmensa. No podía dar crédito a que, un humilde periodista y locutor de radio, le hiciera sombra al hombre más culto de Donostialdea. En entrevistas posteriores, siempre, me respondió con desprecio y yo lo hacía para fastidiarle más, siempre con preguntas muy maliciosas.
Este artículo lo construí con títulos de canciones de este grupo donostiarra. En la emisora tenemos muchísimos vinilos de ellos y me empapé de esos títulos. Así quedó. Mis tíos me dejaron muchos microsurcos de ellos que los tengo en la discoteca de Urdin Irratia.
Los títulos de las canciones van entrecomillados y se pegan al sentido de la frase
Los títulos de las canciones van entrecomillados y se pegan al sentido de la frase
VASCOS INTERNACIONALES
Tenían un “triki truco”, el
mismo que los emigrantes fuera de su
país siempre; como ellos, de cuando uno se va de su terruño y de cómo se adapta
a otro de muy variopintas costumbres diferentes. Los Xey, sin patria musical,
abordaron todos los géneros inimaginables. Sin país natal, se alejaron con
“Maite”, mientras se extasiaban con un “Oh! Pepita”, sin dejar de saborear “un
buen menú”, como unos beneméritos “aldeanos” que supieron asumir que, “si vas a
Calatayud”, optas por quedarte en la casa de la aragonesa Dolores, la de la
copla, uno de los lugares posibles en
los que, como en casi todos los sitios, se está requetebién si lo compartes con
una “estrellita del sur”. “Tomando vino con don Marcelino” y añorando “ay
Sofía”, desarrollaron en solfeo toda un caricatura costumbrista, colándonos
habilidosamente el “corazón corazón” de un enamorado perpetuo de una “Bel la la
donna” que le golean por la escuadra con un “bugiva”.
Eran Los Xey. Quedan para los
recuerdos de aquellas “regatas en San Sebastián” y de Aita Manuel y cuando
alejados, en “el placer de viajar”, en Europa, América o Pernambuco, o en su
etxea, decían en su manifestar que "apiádense que somos padres de familia”. En
su comicidad retrechera y sinfónica había, en dulcísimos zortzicos, en cinco
por ocho, la ternura musical de la nana y entre suspiro y suspiro, en un
instante, se transportaba uno a un garbo y tronío resultón con “los cantares de
la Rioja” para “las chicas de Logroño” o a beber “vino tinto con sifón” en unos
calurosos sanfermineros “napardis” o a pasearse con discrepancia en un marcado
chotis, proponiendo a un guapo de “menda prenda”, para chulapas al compás de un organillo de Chamberí.
El año cuarenta... y pico,“los
feos”, se pusieron a trabajárselo muy en serio, adosándose unos “clavelitos
madrileños” para conquistar a las hembras no hombrunas y más agraciadas. Es una pesadilla poder
imaginar que, tan solamente hace sesenta años, que no es “cha”, “el alma,
corazón y vida” de unos posesivos e intolerantes personajes, vivía así y se reía con aquello de que “soy machito”.
En aquel tiempo actuaban los Xey, cuando algunos se tomaban en propiedad a las
demás, mientras “la pastora lloraba”y, ellos, los Xey, en aquel “crudo
invierno”, tonaban con ironía rústica y sencillez discrepante, usando de la
música como “una madrigal”, “de rompe y rasga”, con “Pancho López” como
escopeta, con el sirimiri de “ay mi Bilbao” como decorado y preguntándose
latosamente aquello de “que tiene la bahiana”, todo, como metáfora de una
cárcel sentimental donde se cantaba “la canción del pobre Juan”, en la que
vivían los sufridos habitantes de una “guerra fría” , unos tristísimos hombre y vulnerables mujeres que ansiaban
alcanzar el exilio, tal vez “allá en La Habana”.
Este excelente grupo
polifónico comenzó, introducidos por Doña Celia Gámez, en el Tívoli de
Barcelona, narraba el año de 1943. Así,“goxo goxo”, transcurrida la Guerra Mundial, después de recorrer por “entre ecos
guipuzcoanos” y por el “entre el monte Gorbea”, tomaron compás a “maitetxu mia”
y lamentando “ator ator mutil”, se presentaron en Alemania, Francia, Letonia,
Suecia y Dinamarca. Paraísos ateos que apreciaron el peculiar costumbrismo
castizo del Grupo, colándose pasmaos ante la sapiencia de unos sabios de aldea
que, como muchos de ellos europeos, eran avezados apartidas que les confiaban,
entre las fronteras de su destartalada Europa de posguerra, el secreto de
“nortxu”, la ambigüedad declarada de “ay Nicolás”, el “kuruku” que, “como la
espiga del trigo” de la madre patria, les transportaba a perderse en los
placeres de la musicada estrofa hipe realista ya que, desde que el mundo es
mundo, y esto “me lo dijo Adela”, desde entonces “el puente de Remagen” era “
un puente de piedra” y, en “la guerra fría”, los amores a primera vista y “la
carta a Eufemia”, resisten “chi chiu chi”
sin esponsales. Hazme una vinagreta..
Aldeanos memorables,
euskaldunes con horizonte, desarrollaron canciones tan crueles como aquella de
la “potxola”, de la que estaba enamorado “el afilador” ensoñado y que terminó
casándose en San Antón, y que desconocía el “a b cedario” de aquel rubio
yanqui que, al “mesmo” tiempo, a su
novia, se la timaba con el huisquil and soda
y en la base de aviación. Ay “despiértese lucerito” que no-té enteras cuando tanto canta “la rana”.
Xavier, el pionero, gran
renteriano que usó de la música sagazmente en “el palacio sin novedad”; Xipri,
superó a muchos topicazos melódicos; Sabin, elevó al tenor a auténtico arte;
Chiqui, chispeante, con su vena amoral, escarnio de las buenas costumbres;
Víctor, un talentoso que llevaba al escenario, al bajo musical, con resultado
encomiable; Pepito, con el lenguaje universal del acordeón y sus dulces
mentiras rutinarias y monótonas. Los Xey, con su “pipa del Tirol”, entre
“cerveza y cerveza”, ingenio y descaro como el de “mi portera”, con cuatro
personajes y “un fandango en italiano”, se metían a la gente en el bolsillo,
entre un tablado escénico, unos “toros en Cuba” y un arsenal de tic melódicos y
de volteretas faciales, “allá en La Habana”, era todo un gran chisme expresivo
y al final resultaban unas “mentiras de
los Xey”.
Menudo “dong dingui dong” se
las apabullaban y “que té “piílla el toro” entre ilusionismo sinfónico y
trampas monumentales. No eran candorosos pero sí buena gente. Y cuando
atravesaron el charco hacia el paraíso de Milton, la buena “estrellita del sur”
les condujo a buenos puertos de éxito. Y “llegó el amor”, debía de llegar, por
debajo de aquel “cielito lindo” de Santo Domingo, Argentina, Cuba, con especial
suceso en Méjico. Bracete con bracete con gachís de alto standing; dicen las
enamoraba, con “un viejo amor”, sus perfiles angelicales de pollo peras de San
Sebastián, a pesar de ser morroscos de
Guipúzcoa, cinco vascorros como cinco soles de verano al mediodía y en el
trópico.
Eran los que alimentaban a la
hambruna de su tiempo; cirujanos en lo facial, con ellos se olvidaba uno de
comer. Y es que, cuando el espectador les seguía, era como si le colocaran a
cada cual una servilleta a cuadros en el
buche e hicieran la digestión de una
”golondrina viajera”, que siempre tenían de gran reserva en el camerino de sus
giras. “Compuesto y sin novia” dejaron a muchos veteranos del ligue, cuando te
decían “te vengo a pedir un favor” y acabasen de “rompe y rasga”, como galanes de la mejor tradición europea.
Y no se les escapaba “la paloma” o “la del pañuelo rojo, por entre mariachis de
Méjico, “lavanderas de Portugal”o entre “ecos guipuzcoanos” de la
plurimilenária Euskalherria. En el llano o en lo escarpado de la costa
cantábrica que les acunó al nacer, repetían estrofas musicales con sabor
misterioso como el del país vasco. El júbilo y el recogimiento de la discreta
alma vasca, quedan impresos en los vinilos del recuerdo a Xey, con los que los
vascos propagan, allá donde estén, sus sentimientos más privados.
Desde, como
decía “ricordarte Marcelino”, del
Pirineo a los Andes, de San Francisco a Pekín, fueron sensación y buen camino;
talismanes del verdadero sentido de la vida, que celebramos como las verdades
transmitidas por nuestros inocentes antiguos, de este ir y pasar del modo más
pacífico y bonachón, aquello de “camina borriquito”, que nos enseñaron a no sufrir y no envidiar y a disfrutar
conformándonos con lo que teníamos. Hoy suena todo a “disco rayao”, a antiguo, como al que le “llegó el amor” a
los no sé cuantos de edad avanzada. Rin rin, “sin novedad” señora baronesa,
pero hay novedad señora baronesa, mientras leía usted esto, se llevaron a
limpiar sus joyas después de soplar su vino de la alacena; no se me preocupe
que, mientras está usted con los sanos, los locos del balneario de las locas,
han hecho de las suyas en el palacio sin novedad y se lo han subastado, así es
que ya hay de que preocuparse. Rositas de violeta, labios en flor que olían a jazmín
de Madrid, por donde paseaba Mari Pepa, pintureras y guapas que entre lo que se
imagina y casi se ve, ceñidas en candor luciendo bureo “mu” castizo de chotis y
bombín, al son de un organillo, y discursitos de Castelar, cerca de San
Jerónimo el Real, aquello fue lo mejor de mi compás. Y en el final, quien
escribió esto es el hijo de la Dolores, la del cantar, y que conmigo no han
podido, de Calatayud oriundo para filiación y por más señalamiento, y que te
pide que si vienes hasta aquí, pregunta por aquella que murió por un cantar y
pon una flor en la tumba de mi madre, La Dolores, a la que una copla le dio
dolor. Eran Los Xey.
Dedicado a la memoria de mis familia que me enseñó sobre estos temas.
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