Este artículo se publicó en "Primeran.com" el 22 de junio del 2012. Unos días después de la entrevista que hice por radio a la propia interesada: Ana María Saizar. Donostiarra "koxkera" de la Parte Vieja y actriz de doblaje. Amiga de mi familia y que, hoy, retirada recuerda aquellos sus maravillosos años en la radio y en el doblaje. En radio San Sebastián, en Radio Nacional y en diversos estudios de doblaje.
Ana María, en el centro de la foto.
A Ana María
Saizar, ingratamente, como donostiarra en la
diáspora que es, jamás, nadie le propuso para alcanzar tal distinción del “Tambor”. Una
donostiarra que, desde Madrid, durante más de cincuenta años y para millones de
espectadores, hizo hablar a las mejores actrices del cine y a las mujeres más
apasionante del firmamento, con una maravillosa voz sexi, atrevida y temperamental,
mucho más escuchada que la de nuestros padres.
Aunque en Madrid y en su
trabajo tenía el “txoko” en su sentir, debe de constar que la anónima oscuridad
de un estudio de doblaje, haciendo llorar, estremecer, enamorar o vampirizando
al personal, no son actividades para el “Tambor”. Estas dignas cualidades nunca
han envuelto o subyugado a una poco cultivada casta política donostiarra; para actores, ya están
ellos, siempre presumiendo de dar una brisa más "progre" y moderna a la
distinción de altas cunas, incluso otorgando sin merecer el premio y por amigueteo.
¡Quién lo sospecharía!. Que la
primera chica de la que se enamoró James Bond era nacida en la entrañable Parte
Vieja donostiarra. Cerca de “La Bretxa”, en la calle San Juan, para mayor
exactitud del censo. Esta semana ha estado en la radio.
Entre influencias várdulas y
gasconas andaba Ana María Saizar, la “voz” de Ursula Andress en el “Doctor NO”.
“Koxkera y salada”, bautizada dentro de las piedras salientes de la iglesia de
San Vicente, preciosidad gótica que data de 1507. Ana María tenía y conserva ese aire alegre y “kaxkariña”, de
influencia gascona y con el que se ha identificado casi siempre a los
habitantes más genuinos de Donosti.
Detrás de aquel atril que ha
sido su pasión, en el doblaje, había y hay una inmejorable mujer vasca,
elegante y sensible, capaz de adoptar mil y un caracteres para seguir a todo
tipo de sensibilidades femeninas en el cine, dentro de las versiones dobladas.
Teatrera como buena donostiarra y decente como la que más.
Mujer donostiarra muy modesta
e introvertida, melancólica, a diferencia de otras donostiarras más próximas a
“Santa María”, con mote de “joxemaritarras”, de carácter regatón, muy
ardientes, sin menoscabo de mostrarse en público orgullosa y altaneramente. Más
próxima pues a esas gentes de cerca del Colegio de Los Ángeles, modestas,
suaves, que desde por la mañana muestran su rubor honestísimo que les impide
inmiscuirse en broncas o desembocar patéticamente en la alcahuetería, llegando incluso a las manos.
Las gentes que nacieron en ese
camino de la vida, son buenas para la interpretación, como Ana María. Nobles,
se elevan sobre lo voluptuosamente terrenal y se transforman en ángeles
picarones. Seres espirituales, los “lotsati”, a diferencia de “los bastoneros”
engreídos, más cercanos al “puerto”; orgullosos tambores mayores; desahogados
vocingleros, que replican rugientemente
su propia exhibición militar de “tíos” fornidos y de paladar sazonado de alta
tensión marisquera. !Unos fanfarrones!.
Aunque ya llevaba unos cuantos
años en el doblaje, Ana María dejó de ser oída
para pasar a ser escuchada en el
cine, aquella tarde de 1962, cuando emergió de las aguas, en “ Agente 007
contra el doctor No”, con aquel bikini blanco fulminante y despertando con su
voz el deseo frustrado de muchísimos espectadores. Lejos de ser en la vida real
un objeto erótico, la “koxkera”, le puso desparpajo a su interpretación vocal,
sinuosidad al cuerpo de Ursula y de una actriz inexistente hizo un regalo a la
vista convirtiendo a la Andress en una sacerdotisa mitológica, sólo con la voz Sí, toda esta
voluptuosidad la colocó en las labiales de la bella centro europea, todo ello lo
creó una señorita de la Parte Vieja: Ana María Saizar.
Ana Maria, en los cuarenta,
comenzó en Radio San Sebastián. En aquella época, la selección se hacía entre
las más diferentes y mejores voces. Ana Mari compartió micrófono con los
mejores locutores del Estado, que salieron de la emisora decana además y que le
enseñaron muchísimo. Con Elisa Bueno, aquella mujer que parecía siempre mayor y
con voz de hada mágica. Con Ángel Molina, el más grande locutor de los años
cuarenta, de bigote dicharachero, de voz ajustadamente bien timbrada y que
hacía radio saltándose todos los cánones para hacerla desde la libre
interpretación. Con el extraordinario Ángel María Baltanás, que fue su
compañero en el doblaje luego, aquel irrepetible fenómeno del estudio que lo
hacía de espaldas al atril. Actor donostiarra que fue un crack y que versionó
la vida y el arte, no desde la heterodoxia y sí desde una muy personal
extravagancia desobediente. Todo él fue un elogio a la impostura.
Pero un día, con una maleta y muchísimas ilusiones por
trabajar en el doblaje, con su voz embriagadora y su mucha tristeza sabiendo
que dejaba para siempre San Sebastián, se fue a Madrid. Una mañana cogió un
tren en la Estación del Norte.
Era la época madrileña de los grandes estudios de doblaje
que competían con los de la Metro de
Barcelona. La mayoría de los filmes importantes en Madrid se doblaban en Fono
España, de Hugo Donarelli, donde reinaba el buen trabajo; el furor por
acercarse lo más posible al original y en los contratos se jugaba sobre seguro.
Destreza y delicadeza vieron en nuestra donostiarra Ana Mari.
Ana Maria desbordaba gran talento, sus interpretaciones
eran muy sentidas y fue clasificada con disparidad, aunque predominaba en
muchos filmes donde el original correspondía a chicas muy guapas, jóvenes
sencillas envueltas en amoríos de
difícil solución. Cuadrando su registro con chicas bondadosas y tenaces que,
despechadas, se volvían muy peligrosas y arañaban.
Pero también fue la voz de muchísimas sex symbol en el
cine; de las amantes liosas; de la mujer del pueblo picarona embutida de
desparpajo y de señoras elegantes a las que añadía un toque de cinismo refinado
y falsedad perversa, como en su gran interpretación de Anne Baxter, en “Eva al desnudo”. Pero... siempre
perfecta.
Aprendió con los mejores. Con la rutilante y
simpatiquísima Mercedes Mireya, gran señora y primera voz en Madrid en los 40 y
50. La primera dama de doblaje en el mundo; actriz dúctil que podía traducir
sin problema la dulzura o lo temperamental. Era Donna Reed, Joan Fontaine, la Bergman o la Stanwyck.
Con aquella Carmen Morando de sonido dulce que provocaban
sus cuerdas vocales. Norma Shearer o Jennifer Jones, aquello delicioso que
tenía como atributo una mujer glamourosa, sacada de un retrato expresionista de
Couture y no de la realidad. Carmen, la fémina más atractivamente enigmática
que podemos conocer, guapa, arrasando con su boina estampada tipo “vintage”,
ladeada y elegante.
Ana Mari tuvo siempre una manera siamesa de pegarse a la
actriz siempre en la imagen. En especial a la dicharachera Carrol Baker. Se le
pegó como una lapa en “Horizontes de grandeza”, con un morbo infantiloide y excitante. Fue Senta
Berger, envuelta de mujer explosiva con brutal sexualidad, en “Los vencedores”.
El despertar sexual de la adolescencia lo bordó en un registro
muy creíble para los personajes frágiles y quebradizos de Pier Angeli, en “El
rey de África”. Se distinguió como la mejor Sophia Loren, haciendo pronunciarse
a aquellos labios prominentes, propensos a la risa franca y que hacían aullar a
los abobados que contemplaban su voluptuoso contoneo, en “La chica del río” o
en “La sirena y el delfín”.Y la Kelly,
depurada encarnación del ideal femenino, en “Mogambo”.
Un guante para la desaparecida Marisa Mell, misteriosa y de sugerente erotismo, en
“Una historia perversa”. La exuberante
Carole Lombard encontró su idilio en Ana Mari, sofisticada y elegante pero fría
y altanera, era “La reina de Nueva York”. Claire Trevor tuvo sentimiento y
energía en su caída en desgracia correteando por “La diligencia”. Coincidió con
“Flor”, en “Érase una vez el hombre”. Y arropó a Hellen en “El bosque de
Tallac”. Y fue la estricta señorita Rottenmeier con quien no se llevaba bien Heidi. Y la Cardinale, natural y
tímida. Ana María Saizar, que es como decir: Geraldine Chaplin. Leslie Caron. Beulah Bondi. Bibi Andersson. Dorothy
Malone. Antonella Lualdi. Diana Lorys. Linda Cristal. Honor Blackman. Diane
Cilento... ¡Todas!... de la parte vieja donostiarra.
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