Todo pasa y en esta ocasión sólo queda ya en la serie el recuerdo a un actor que se fue haciendo poco a poco como aquellos tiempos que refleja la serie, un pueblo que vivía aislado en parte de la modernidad y que la buscaba, siempre sorprendido por nuevos aires que llegaban y que le inducían salir del olvido. Será una pena pero será unos de los protagonistas a quien ya no conoceré próximamente cuando vaya a PV, un actor que no me ha desagrado nunca y que ha ido aprendiendo muchísimo con su físico muy atractivo, con su sonrisa algo delicuescente, su aire enfurecido casi dantesco, el olor sulfuroso que rezuma a vampiro y el "Martín" de mirada amorosa y llena de matices inesperados. Un Jordi que creció entre la mística, sueños de libertad, amor sin barreras en una existencia tumultuosa que se iba derrumbando golpe a golpe por una sociedad fundamentalista, cruel y egoísta, cuando él fue siempre todo generosidad y entrega a la verdad y la furia beligerante por restablecer el arrojo frente a las injusticias.
Fulgor de sueños en un Jordi que fue alcanzando hasta demostrar como se aborda desde una perspectiva madura y comprometida la cara más espinosa del amor libre.
Precioso momento del decir adiós a quien amas y no sabes si le volverás a ver algún día. Una fantástica reflexión sobre la ilusión de vivir el amor, de compartirlo, de que no se vaya nunca, sobre la vida que queda anestesiada por la pena y la desidia si se va la otra persona. Todo con un lirismo casi de ensueño romántico, como el del cine de antes, con esa melancolía de las despedidas, con esa hondura dramática que da un realismo mágico a la tristeza de una partida. Así se va Jordi Coll, muy dignamente, que no va a volver, le seguirá Loreto Mauleón y se nos habrán desvanecido los dos protagonistas del serial durante muchísimos meses. Lo comenté ya a finales de mayo de su partida, no es que me agrade dar estas exclusivas pero me parecía importante que sus fans supieran que, pronto, en aquel entonces, se iría el cura más rebelde y el amante más devocionado que pudimos contemplar, después de "Tristán".
Momento de una hondura dramática locuaz y enamorada que da oxigeno a una fatal ausencia que se avecina, hospitalaria entre estos dos náufragos perdidos al separarse, una ilusión del ayer convertida en un espejismo en el hoy, una separación irreparable y conmovedora.
Una televisión de calidad, sin ñoñeces, que recupera los rostros, el clima y el húmedo dramatismo de los adioses en la literatura folletinesca de calidad. Momentos melancólicos y bellos en el final de Jordi, inolvidable para los paladares más exigentes. Los dos tienen la ternura de los enamorados que nunca se separan y la atracción de lo que el amor unió.
El amor sintiéndose cada día más enamorado, su fragilidad, su evanescente realidad al albur de cualquier imprevisto, las circunstancias terrenales que limitan su supervivencia, las relaciones sentimentales en la distancia precaria e insoportable, con ese viaje que emprende "Gonzalo", justificatorio de la partida del actor, de rencuentro consigo mismo, un hermoso paseo por la sabiduría natural y la condición humana y el sentimiento íntimo de una mujer que se enfrenta, con su bebé, a la soledad sin su hombre al lado.
Momento que recupera sabiduría que desmonta y desvela otras realidades de un matrimonio bien avenido, con sus grandezas y miserias del sentimiento amoroso. ¡Adiós Jordi! Suerte.
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