Artículo publicado en
"Primeran.com" hace 5 años
Es tarde ya pero, ésta, es la verdad sobre María Schneider sin adornos
y al desnudo. Dicha con amor hacia ella y democráticamente. Y es la verdad
sobre la impiedad hacia la mujer. Y de lo duro que debe de ser eso.
Aquel fue un arte extremo en una época del cine benditamente permisiva.
Nada que ver con la actualidad cinematográfica pastelera, de falsa ñoñería
pudorosa que oculta aquel deseo sexual de los años 70 en la pantalla,
imprevisible, animalesco y sin reglas. ¡Qué época!. Y ¡cuanta hipocresía en la actualidad!.
¿Quién entre las paredes de un ambiente claustrofóbico no ha buscado un
paraíso de relaciones sexuales anónimas, sin lazos y sólo con contacto
epidérmico y por detrás?. En febrero del 2011, es tarde para lamentarse.
Ella, María, Jeanne, en ese amplio apartamento, no era la heroína
llorosa y meliflua romántica del cine de los 30 0 40. Era la mujer de la
década, consciente que se entrega al placer y se deja llevar por el sorpresivo
morbo al que le obliga un cuarentón que busca, en sus agujeros, las mil y una
maravillas atesoradas por esta supuesta “mujer fatal”. Y claro, todo, acaba
fatalmente.
Fuerte atracción coyuntural. El paraíso de Milton. Amor apasionado
contrastado en un piso vacío. Pocas palabras. Violencias verbal y sexual,
afanadas para el dominio de la mente de la chica. Un impacto.
Yo me enamoré de ella cuando me enteré, a propósito de la escena de la
mantequilla, sodomía y lubricante, que no estaba establecida en el guión. Que
el degradado Marlon la sugirió. Que casi ni la ensayó y que lloró de verdad
cuando la sodomizaba. Y es que aunque arrastró por el suelo su desnudez con una
naturalidad pasmosa, aún restaba pudor como para soportar esta medio violación
de dos degenerados.
Tenía una mirada encerrada hacia su mundo, que se escapaba hacia esos
sus sueños de libertad que los adultos no podían compartir, porque los mayores
ni tan siquiera existían para ella. Los usaba.
Dicen que no hay malos o buenos actores y actrices, sino tan solamente
los que saben o no seducir y, por ello, traspasan a la leyenda del cine. Con su
escondrijo repugnantemente ansiado por la lascivia de un fracasado, en la
fuerza de su juventud ante el decrépito ácrata en crisis profesional que jamás
le comprendió y, por la contra, le usó sádicamente como a un juguete erótico
María, en sus silencios lamentosos, nos embrujó la retina viéndola
recorrer ese apartamento parisino, con su pelvis desnuda, repleta de ansia y
misterio que pedaleaba trasgrediendo los muros de su época.
Pocas veces el cine nos ha mostrado los primigenios y oscuros brotes de
la vida, la violencia y la supervivencia, como en la secuencia de la
“mantequilla”.Ella no la quiso rodar. La impuso Marlon para su libido personal.
Y María lloró de verdad cuando el descreído Brando le penetraba dominantemente
por detrás. Había pactado groseramente con Bertolucci una subtrama sentimental
y “guarra”, que asfixiaba aún más el relato, para avanzar embestidamente sobre
sus costuras abiertas, mientras le dejaba presa de una arrimia rechazadamente
electrizante.
Para ella, lo que buscaba la protagonista de "El último tango en
París", era una forma de distraerse, de hacer que, él, se lo pasara bien.
Un ser libre sin más trascendencia que la de aceptar ese acuerdo sexual. Sea cual
fuera el papel de la mujer tradicional que le pudiera imponer un extraño, ella,
no comprende ni busca algo más que no sea el desahogo sexual.
Para él, muy equivocado, ella, era el exabrupto vicioso de una tortuosa
“mujer fatal” de la que, y como en tantas ocasiones en la vida del hombre,
flaqueando, después de usarla animalescamente, acaba enamorándose de ella como
un idiota; desea algo más que sexo, le dice quien es y cómo se llama, acabando
destruido.
María, fue siempre, en el cine y en su corta vida, una mujer entre
vampiresa y liberal. Una adelantada de aquella época, frente a gazmoñerías
norteamericanas y en Europa, que asumió la libertad sexual con una convicción
lúcida que daba por sentado que la mujer es libre de escoger su camino como
guste su contrato sexual.
Me merecen siempre gran piedad los “juguetes rotos” por las
circunstancias y la vida. Muchas personas que establecieron relaciones causales
sobre injustas bases insuficientes, fueron atacadas de un morbo ávido,
paranoico y alcahuete, hacia una chica, icono de carnalidad rotundamente
desnudada y sin mala fe. Por el cuerpo de aquella francesita, Jeanne del film;
de mirada ingenua; de bucles castaños y ojos difusos; repudiada por su padre
Daniel Gelin, enfrentada muy tempranamente a la agonía de que le violaran la
juventud para que, unos marranos, Marlon Brando y Bernardo Bertolucci se
“echaran una paja”, mientras simulaban una indecencia.
Lo demás, escándalos sexuales y adiciones de drogas mezcladas con ganas
de evadir miserias, en aquellos 70. Y el 3 de febrero fue su “El último
sufrimiento en París”. Hoy, reposa al este de París, en el XX Distrito, con
Moliere, La Fontaine, Abelardo y Eloisa, Isadora Duncan, Edith Piaf, en el
Cimetière du Pére-Lachaise .
Iba a cumplir 59 años. Se ha congelado su rostro ajado. Ya no le dolerá
más el alma ni tampoco retornará a las secuelas lacerantes emocionales que le
produjeron los que le rentabilizaron por unos agujeros bien dilatados o por un
frontón por donde rebotaban las pelotas de unos medio impotentes.
Aquellos largometrajes de hace un par de décadas, a diferencia de los
actuales, descafeinados, donde son se toma partido o riesgos, proponían
argumentos melancólicos y potentemente sexuales, de derrotas sin haber
comenzado siquiera a andar. Que construían relaciones agresivas, atravesando
mundos destruidos. De situaciones sabidas sin salida. De supervivientes que
aspiraban a una veracidad, que se inmolaban sin querer renunciar a su angustia
y que llegaban a la autodestrucción después de haber disfrutado de la
intensidad de una pasión pasajera.
Decían que era una errabunda pervertida y una despreciable drogadicta.
No más que una execrable sociedad que la encumbró mundialmente por sólo una
secuencia en la que fue humillada como persona y mujer e instrumentalizada como
actriz, por una gentuza a la que apasionó verla en los bajos fosos de su propia
dignidad
El dolor es que su muerte ha sido tan prematura y que no se le ha
podido pedir perdón. Muchos, le mataron un poco cada uno. Cada uno, le hizo
muchísimo daño. La mayoría, le envolvieron en un halo de malditismo machista. Y
le crearon ese trauma del que nunca se recuperó, entrando y saliendo de
hospitales psiquiátricos, con depresiones psicológicas, malsanas dependencias a
la heroína y retornos fracasados al cine. Le hicieron un ser infeliz y lascivo,
un subproducto para “cachondos” tensionados, le engañaron y le deshonraron
considerándole una puta malsana a estirar de la vagina como a las tripas de un
tambor. ¡Perdón! María.
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