lunes, 26 de noviembre de 2018

LOS PARAÍSOS VARONILES DE BERTOLUCCI EL FACHA


Artículo publicado en  "Primeran.com" hace 5 años


Es tarde ya pero, ésta, es la verdad sobre María Schneider sin adornos y al desnudo. Dicha con amor hacia ella y democráticamente. Y es la verdad sobre la impiedad hacia la mujer. Y de lo duro que debe de ser eso.
Aquel fue un arte extremo en una época del cine benditamente permisiva. Nada que ver con la actualidad cinematográfica pastelera, de falsa ñoñería pudorosa que oculta aquel deseo sexual de los años 70 en la pantalla, imprevisible, animalesco y sin reglas. ¡Qué época!. Y ¡cuanta hipocresía en la actualidad!.
¿Quién entre las paredes de un ambiente claustrofóbico no ha buscado un paraíso de relaciones sexuales anónimas, sin lazos y sólo con contacto epidérmico y por detrás?. En febrero del 2011, es tarde para lamentarse.


Ella, María, Jeanne, en ese amplio apartamento, no era la heroína llorosa y meliflua romántica del cine de los 30 0 40. Era la mujer de la década, consciente que se entrega al placer y se deja llevar por el sorpresivo morbo al que le obliga un cuarentón que busca, en sus agujeros, las mil y una maravillas atesoradas por esta supuesta “mujer fatal”. Y claro, todo, acaba fatalmente.
Fuerte atracción coyuntural. El paraíso de Milton. Amor apasionado contrastado en un piso vacío. Pocas palabras. Violencias verbal y sexual, afanadas para el dominio de la mente de la chica. Un impacto.
Yo me enamoré de ella cuando me enteré, a propósito de la escena de la mantequilla, sodomía y lubricante, que no estaba establecida en el guión. Que el degradado Marlon la sugirió. Que casi ni la ensayó y que lloró de verdad cuando la sodomizaba. Y es que aunque arrastró por el suelo su desnudez con una naturalidad pasmosa, aún restaba pudor como para soportar esta medio violación de dos degenerados.
Tenía una mirada encerrada hacia su mundo, que se escapaba hacia esos sus sueños de libertad que los adultos no podían compartir, porque los mayores ni tan siquiera existían para ella. Los usaba.


Dicen que no hay malos o buenos actores y actrices, sino tan solamente los que saben o no seducir y, por ello, traspasan a la leyenda del cine. Con su escondrijo repugnantemente ansiado por la lascivia de un fracasado, en la fuerza de su juventud ante el decrépito ácrata en crisis profesional que jamás le comprendió y, por la contra, le usó sádicamente como a un juguete erótico
María, en sus silencios lamentosos, nos embrujó la retina viéndola recorrer ese apartamento parisino, con su pelvis desnuda, repleta de ansia y misterio que pedaleaba trasgrediendo los muros de su época.
Pocas veces el cine nos ha mostrado los primigenios y oscuros brotes de la vida, la violencia y la supervivencia, como en la secuencia de la “mantequilla”.Ella no la quiso rodar. La impuso Marlon para su libido personal. Y María lloró de verdad cuando el descreído Brando le penetraba dominantemente por detrás. Había pactado groseramente con Bertolucci una subtrama sentimental y “guarra”, que asfixiaba aún más el relato, para avanzar embestidamente sobre sus costuras abiertas, mientras le dejaba presa de una arrimia rechazadamente electrizante.
Para ella, lo que buscaba la protagonista de "El último tango en París", era una forma de distraerse, de hacer que, él, se lo pasara bien. Un ser libre sin más trascendencia que la de aceptar ese acuerdo sexual. Sea cual fuera el papel de la mujer tradicional que le pudiera imponer un extraño, ella, no comprende ni busca algo más que no sea el desahogo sexual.
Para él, muy equivocado, ella, era el exabrupto vicioso de una tortuosa “mujer fatal” de la que, y como en tantas ocasiones en la vida del hombre, flaqueando, después de usarla animalescamente, acaba enamorándose de ella como un idiota; desea algo más que sexo, le dice quien es y cómo se llama, acabando destruido.
María, fue siempre, en el cine y en su corta vida, una mujer entre vampiresa y liberal. Una adelantada de aquella época, frente a gazmoñerías norteamericanas y en Europa, que asumió la libertad sexual con una convicción lúcida que daba por sentado que la mujer es libre de escoger su camino como guste su contrato sexual.


Me merecen siempre gran piedad los “juguetes rotos” por las circunstancias y la vida. Muchas personas que establecieron relaciones causales sobre injustas bases insuficientes, fueron atacadas de un morbo ávido, paranoico y alcahuete, hacia una chica, icono de carnalidad rotundamente desnudada y sin mala fe. Por el cuerpo de aquella francesita, Jeanne del film; de mirada ingenua; de bucles castaños y ojos difusos; repudiada por su padre Daniel Gelin, enfrentada muy tempranamente a la agonía de que le violaran la juventud para que, unos marranos, Marlon Brando y Bernardo Bertolucci se “echaran una paja”, mientras simulaban una indecencia.
Lo demás, escándalos sexuales y adiciones de drogas mezcladas con ganas de evadir miserias, en aquellos 70. Y el 3 de febrero fue su “El último sufrimiento en París”. Hoy, reposa al este de París, en el XX Distrito, con Moliere, La Fontaine, Abelardo y Eloisa, Isadora Duncan, Edith Piaf, en el Cimetière du Pére-Lachaise .
Iba a cumplir 59 años. Se ha congelado su rostro ajado. Ya no le dolerá más el alma ni tampoco retornará a las secuelas lacerantes emocionales que le produjeron los que le rentabilizaron por unos agujeros bien dilatados o por un frontón por donde rebotaban las pelotas de unos medio impotentes.
Aquellos largometrajes de hace un par de décadas, a diferencia de los actuales, descafeinados, donde son se toma partido o riesgos, proponían argumentos melancólicos y potentemente sexuales, de derrotas sin haber comenzado siquiera a andar. Que construían relaciones agresivas, atravesando mundos destruidos. De situaciones sabidas sin salida. De supervivientes que aspiraban a una veracidad, que se inmolaban sin querer renunciar a su angustia y que llegaban a la autodestrucción después de haber disfrutado de la intensidad de una pasión pasajera.


Decían que era una errabunda pervertida y una despreciable drogadicta. No más que una execrable sociedad que la encumbró mundialmente por sólo una secuencia en la que fue humillada como persona y mujer e instrumentalizada como actriz, por una gentuza a la que apasionó verla en los bajos fosos de su propia dignidad
El dolor es que su muerte ha sido tan prematura y que no se le ha podido pedir perdón. Muchos, le mataron un poco cada uno. Cada uno, le hizo muchísimo daño. La mayoría, le envolvieron en un halo de malditismo machista. Y le crearon ese trauma del que nunca se recuperó, entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos, con depresiones psicológicas, malsanas dependencias a la heroína y retornos fracasados al cine. Le hicieron un ser infeliz y lascivo, un subproducto para “cachondos” tensionados, le engañaron y le deshonraron considerándole una puta malsana a estirar de la vagina como a las tripas de un tambor. ¡Perdón! María.



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