domingo, 1 de septiembre de 2013

LA DONOSTIARRA QUE ENAMORÓ A JAMES BOND

Este artículo se publicó en "Primeran.com" el 22 de junio del 2012. Unos días después de la entrevista que hice por radio a la propia interesada: Ana María Saizar. Donostiarra "koxkera" de la Parte Vieja y actriz de doblaje. Amiga de mi familia y que, hoy, retirada recuerda aquellos sus maravillosos años en la radio y en el doblaje. En radio San Sebastián, en Radio Nacional y en diversos estudios de doblaje.
Ana María, en el centro de la foto.

A Ana María Saizar,  ingratamente, como donostiarra en la diáspora que es, jamás, nadie le propuso para alcanzar tal distinción del “Tambor”. Una donostiarra que, desde Madrid, durante más de cincuenta años y para millones de espectadores, hizo hablar a las mejores actrices del cine y a las mujeres más apasionante del firmamento, con una maravillosa voz sexi, atrevida y temperamental, mucho más escuchada que la de nuestros padres.
Aunque en Madrid y en su trabajo tenía el “txoko” en su sentir, debe de constar que la anónima oscuridad de un estudio de doblaje, haciendo llorar, estremecer, enamorar o vampirizando al personal, no son actividades para el “Tambor”. Estas dignas cualidades nunca han envuelto o subyugado a una poco cultivada casta política donostiarra; para actores, ya están ellos, siempre presumiendo de dar una brisa más "progre" y moderna a la distinción de altas cunas, incluso otorgando sin merecer el premio y por amigueteo.
¡Quién lo sospecharía!. Que la primera chica de la que se enamoró James Bond era nacida en la entrañable Parte Vieja donostiarra. Cerca de “La Bretxa”, en la calle San Juan, para mayor exactitud del censo. Esta semana ha estado en la radio.
Entre influencias várdulas y gasconas andaba Ana María Saizar, la “voz” de Ursula Andress en el “Doctor NO”. “Koxkera y salada”, bautizada dentro de las piedras salientes de la iglesia de San Vicente, preciosidad gótica que data de 1507. Ana María tenía y conserva ese aire alegre y “kaxkariña”, de influencia gascona y con el que se ha identificado casi siempre a los habitantes más genuinos de Donosti.
Detrás de aquel atril que ha sido su pasión, en el doblaje, había y hay una inmejorable mujer vasca, elegante y sensible, capaz de adoptar mil y un caracteres para seguir a todo tipo de sensibilidades femeninas en el cine, dentro de las versiones dobladas. Teatrera como buena donostiarra y decente como la que más.
Mujer donostiarra muy modesta e introvertida, melancólica, a diferencia de otras donostiarras más próximas a “Santa María”, con mote de “joxemaritarras”, de carácter regatón, muy ardientes, sin menoscabo de mostrarse en público orgullosa y altaneramente. Más próxima pues a esas gentes de cerca del Colegio de Los Ángeles, modestas, suaves, que desde por la mañana muestran su rubor honestísimo que les impide inmiscuirse en broncas o desembocar patéticamente  en la alcahuetería, llegando incluso a las manos.
Las gentes que nacieron en ese camino de la vida, son buenas para la interpretación, como Ana María. Nobles, se elevan sobre lo voluptuosamente terrenal y se transforman en ángeles picarones. Seres espirituales, los “lotsati”, a diferencia de “los bastoneros” engreídos, más cercanos al “puerto”; orgullosos tambores mayores; desahogados vocingleros, que replican rugientemente su propia exhibición militar de “tíos” fornidos y de paladar sazonado de alta tensión marisquera. !Unos fanfarrones!.
Aunque ya llevaba unos cuantos años en el doblaje, Ana María dejó de ser oída  para pasar a ser escuchada  en el cine, aquella tarde de 1962, cuando emergió de las aguas, en “ Agente 007 contra el doctor No”, con aquel bikini blanco fulminante y despertando con su voz el deseo frustrado de muchísimos espectadores. Lejos de ser en la vida real un objeto erótico, la “koxkera”, le puso desparpajo a su interpretación vocal, sinuosidad al cuerpo de Ursula y de una actriz inexistente hizo un regalo a la vista convirtiendo a la Andress en una sacerdotisa mitológica, sólo con la voz Sí, toda esta voluptuosidad la colocó en las labiales de la bella centro europea, todo ello lo creó una señorita de la Parte Vieja: Ana María Saizar.
Ana Maria, en los cuarenta, comenzó en Radio San Sebastián. En aquella época, la selección se hacía entre las más diferentes y mejores voces. Ana Mari compartió micrófono con los mejores locutores del Estado, que salieron de la emisora decana además y que le enseñaron muchísimo. Con Elisa Bueno, aquella mujer que parecía siempre mayor y con voz de hada mágica. Con Ángel Molina, el más grande locutor de los años cuarenta, de bigote dicharachero, de voz ajustadamente bien timbrada y que hacía radio saltándose todos los cánones para hacerla desde la libre interpretación. Con el extraordinario Ángel María Baltanás, que fue su compañero en el doblaje luego, aquel irrepetible fenómeno del estudio que lo hacía de espaldas al atril. Actor donostiarra que fue un crack y que versionó la vida y el arte, no desde la heterodoxia y sí desde una muy personal extravagancia desobediente. Todo él fue un elogio a la impostura.
Pero un día, con una maleta y muchísimas ilusiones por trabajar en el doblaje, con su voz embriagadora y su mucha tristeza sabiendo que dejaba para siempre San Sebastián, se fue a Madrid. Una mañana cogió un tren en la Estación del Norte.
Era la época madrileña de los grandes estudios de doblaje que competían con los de la  Metro de Barcelona. La mayoría de los filmes importantes en Madrid se doblaban en Fono España, de Hugo Donarelli, donde reinaba el buen trabajo; el furor por acercarse lo más posible al original y en los contratos se jugaba sobre seguro. Destreza y delicadeza vieron en nuestra donostiarra Ana Mari.
Ana Maria desbordaba gran talento, sus interpretaciones eran muy sentidas y fue clasificada con disparidad, aunque predominaba en muchos filmes donde el original correspondía a chicas muy guapas, jóvenes sencillas envueltas en amoríos  de difícil solución. Cuadrando su registro con chicas bondadosas y tenaces que, despechadas, se volvían muy peligrosas y arañaban.
Pero también fue la voz de muchísimas sex symbol en el cine; de las amantes liosas; de la mujer del pueblo picarona embutida de desparpajo y de señoras elegantes a las que añadía un toque de cinismo refinado y falsedad perversa, como en su gran interpretación de Anne  Baxter, en “Eva al desnudo”. Pero... siempre perfecta.
Aprendió con los mejores. Con la rutilante y simpatiquísima Mercedes Mireya, gran señora y primera voz en Madrid en los 40 y 50. La primera dama de doblaje en el mundo; actriz dúctil que podía traducir sin problema la dulzura o lo temperamental. Era  Donna Reed, Joan Fontaine, la Bergman o la Stanwyck.
Con aquella Carmen Morando de sonido dulce que provocaban sus cuerdas vocales. Norma Shearer o Jennifer Jones, aquello delicioso que tenía como atributo una mujer glamourosa, sacada de un retrato expresionista de Couture y no de la realidad. Carmen, la fémina más atractivamente enigmática que podemos conocer, guapa, arrasando con su boina estampada tipo “vintage”, ladeada y elegante.
Ana Mari tuvo siempre una manera siamesa de pegarse a la actriz siempre en la imagen. En especial a la dicharachera Carrol Baker. Se le pegó como una lapa en “Horizontes de grandeza”, con un  morbo infantiloide y excitante. Fue Senta Berger, envuelta de mujer explosiva con brutal sexualidad, en “Los vencedores”.
El despertar sexual de la adolescencia lo bordó en un registro muy creíble para los personajes frágiles y quebradizos de Pier Angeli, en “El rey de África”. Se distinguió como la mejor Sophia Loren, haciendo pronunciarse a aquellos labios prominentes, propensos a la risa franca y que hacían aullar a los abobados que contemplaban su voluptuoso contoneo, en “La chica del río” o en “La sirena y el delfín”.Y la Kelly,  depurada encarnación del ideal femenino, en “Mogambo”.
Un guante para la desaparecida Marisa  Mell, misteriosa y de sugerente erotismo, en “Una historia perversa”. La  exuberante Carole Lombard encontró su idilio en Ana Mari, sofisticada y elegante pero fría y altanera, era “La reina de Nueva York”. Claire Trevor tuvo sentimiento y energía en su caída en desgracia correteando por “La diligencia”. Coincidió con “Flor”, en “Érase una vez el hombre”. Y arropó a Hellen en “El bosque de Tallac”. Y fue la estricta señorita Rottenmeier con quien no se llevaba  bien Heidi. Y la Cardinale, natural y tímida. Ana María Saizar, que es como decir: Geraldine Chaplin. Leslie Caron. Beulah Bondi. Bibi Andersson. Dorothy Malone. Antonella Lualdi. Diana Lorys. Linda Cristal. Honor Blackman. Diane Cilento... ¡Todas!... de la parte vieja donostiarra.

Anne Baxter "Eva"
Radio San Sebastián años 40










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