martes, 21 de mayo de 2013

EL SEÑOR DE LAS TIJERAS



 Publicado en "Primeran.com"

 ¡Sesenta años!. ¡Casi nada!. Al Festival le debo yo ser periodista y mi amor por la radio. Profesiones que llevo dentro de mí desde muy niño. Cuando apenas tenía doce años, mi madre me llevaba a las puertas del acontecimiento mayúsculo en la Ciudad: el cine y su Festival. Me deslumbraba todo lo que sucedía a  la entrada del  “Victoria Eugenia”. Y quería ser como los fotógrafos de prensa que, por cierto, conjuntamente con prensa variada y público, se fundían con las grandes estrellas, a lo Orson Welles, con  una cercanía epidérmica en las ruedas de prensa y en la calle. Los actores eran de la Ciudad, libres y no rehenes del manager y protocolos.
 Me hice periodista. ¡Llevo muchos años en él!. Y me han enseñado los mejores locutores, cronistas y periodistas de San Sebastián. Y soy feliz con mi Festival.
Pero no ha habido dicha absoluta. El Festival es la cronología de la censura y tiene muchas puertas por detrás. Hoy,  por Rebordinos, ayer por otros,  se me sigue nublando el espejo en el que siempre veo reflejado este gran acontecimiento cultural.
Sesenta años para nada que suponga transparencia y libertad. Su festival y su insufrible talante me recuerdan mucho a los que se exhibían en la época de Franco. Aquel, sectario, en blanco y negro y, éste, pintarrajeado de un saturado anaranjado semioscuro y muchísimo más caro. 
Hay algo que perdura, aparte de mucho más, la censura y que no logra, a algunos, sorprendernos desprevenidos. No me conmueve la inclusión en plan defensor de filmes prohibidos de una película censurada en Rusia. Tampoco me excita la testosterona que nos da la presencia del glamour recuperado al estilo de un viaje nostálgico ala edad de oro del Festival, obviado en los saltos evolutivos de Olaciregui. Nada de estos artificios, nos harán no denunciar la censura política de Rebordinos.
A mí no me “camela” este su escaparate liberaloide, transmutándose en un Cruzado liberador de filmes perseguidos, generalmente por su marcado carácter sexual y sadomasoquista que impacta sobre espectadores, amén de desagradable, celuloides a los que, Rebordinos, ve repletos de rica sensualidad. Es la fórmula morbosa para reprimidos de la “Semana de Terror”, repetitiva en sus vómitos sexuales y carne azotada. Así quedó como un patriarca entre la progresía sin remedio, al clamar defendiendo el lado oscuro de aquel  ”A Serbian Filme”, de  Srdjan Spasojevic, colocándose en la foto de “todos juntos” a favor la libertad de expresión negada y defendiendo el mensaje moral de la “peli”. ¡Un cuento!.
Mientras tanto, como hacía Franco con los partidos de fútbol, como un ilusionista no lo desvanecería mejor, se usan tretas  de humo para intentar desviar la atención sobre el hecho innegable de que el estado de Partidos le ha dado conseja a este director para prohibir las “Memorias  de un conspirador”, sobre la “hoja de ruta” de Egiguren con la  ETA. En tanto juega a ser el más grande defensor de la libertad de poder ver películas prohibidas en lugares del orbe, sin explicaciones convincentes, en este año, nos impide asistir a estrenos de filmes de rabiosa actualidad política y de cercano y desconocido tema. O sea, que no desean algunos que tengamos filtraciones sobre lo negociado con la banda terrorista.
Y al negarnos este film, que no es el primero que el festival sobre este controvertido tema y sobre las víctimas que se censura, se pone el traje de superman y rescata para su currículo el film de nacionalidad serbia, 'Klip', de Maja Milo, prohibido en la Rusia profunda debido a sus escenas "de violencia, consumo de drogas y alcohol y de carácter pornográfico, que implican la presencia de adolescentes menores de edad.
El Festival Rebordinos, y ya nos lo demostró el pasado año en su “apartheid”, rezuma ese exceso de sonrisas felices y caras “monguis”, propias de la edad del pavo, que poco a poco se mutan en lágrimas porque, como en la Dictadura, es imposible consumar un cambio democrático, muy  a pesar de haber transcurrido  seis décadas.
Como con Franco, se buscan excusas vanas para que la censura impida ver filmes, escamoteándolo tras peregrinos argumentos que nadie se los cree, pero que cosmetizan correctamente el rostro a  un, por otro lado, dicen, buen festival. Y como con Franco, nadie se lo cree pero, todos, se callan y se tranquilizan.
Enredos de estos, en la dictadura, muchos. Ni en la España de Franco, ni en esta dictadura de partidos se puede hacer un Festival en libertad. Recordamos aquel pase casi clandestino, en el festival de 1971, en el añorado Gran Kursaal, del excelso filme de Visconti “Muerte en Venecia”. La dictadura lanzó un exorcismo contra la posesión diabólica que daba buscar la belleza homosexual del cuerpo en una obra de arte y la libertad en una obra cinematográfica.
El 1971, sin superar a Rebordinos, el “Miramar” fue el santuario donde, también a última hora, casi sin avisar, se presentaba en “petit comité” aquel “The last picture show”, de Peter Bogdanovich, donde el Régimen se identificó a sí mismo en aquella sociedad represora que no dejaba madurar en el sexo ni en nada, considerándose denunciado.
En aquella ocasión, el argumento justificatorio fue exactamente el mismo que el de Rebordinos para salir airoso de la prohibición sobre “Memorias de un conspirador”. Que filmes sobre la juventud, había innumerables; que no se habían recibido presiones para que no estuviera este film que, por otro lado, el comité no lo había valorado como interesante o de calidad. Pero, ayer y hoy, lo que caracteriza  a los regímenes totalitarios es que, un órgano claustrofóbico, suplanta la opinión del espectador o del crítico y en nombre de lo innombrable decide, no se sabe por qué, el  que se vea o no un filme político. Y eso es censura, sobre todo cuando no se explica la exclusión convincentemente. Franco ya murió. Y los tiempos para poder asistir, en 1971, con una cierta tranquilidad a “El mercader de las cuatro estaciones”, de Fassbinder en el Miramar, también, sin sobresaltos.
No se trata de establecer debates interminables. Se premió “A Serbian Filme” no por calidad sino como símbolo de libertad de expresión. Del mismo modo se puede exhibir  un filme, “Memorias de un conspirador”. Más, tratándose de un tema muy nuestro y de gran preocupación, preestreno de temporada, como símbolo de una etapa de la que deseamos saber qué se negoció con ETA, por parte de un Eguiguren descabalgado hace un año y retomadas las negociaciones por Ares. En el filme, que se nos niega visionar, se menciona a Eguiguren como un cristal roto en el atentado de la T-4; algo que los periodistas conocemos: él cómo, por qué  y en que punto se  resquebrajó un proceso y se desparramó la credibilidad de Jesús. Todos los negociadores acabaron incinerados. Un tema político, inoportuno en el Estado de Partidos en tiempo de elecciones.
El propio Eguiguren, en el pase del film en el Aquarium, reconocía lo quebrado que quedó. Un film muy nostálgico, de altibajos emotivos, de estado de ánimos pulverizados; de perdedores. Una culta película sobre la vida de otro conspirador más, al estilo de Avinareta y Muñagorri, despreciado y ninguneado en la corrupta sociedad vasca. Sobre el terrorismo que no se casa con nadie ni es de fiar y sobre unas víctimas irrecuperadas para la normalidad, por siempre jamás. Un film sobre las fuerzas que se van; los oportunistas que llegan y sobre un mundo, al estilo de la postguerra italiana, donde se cayeron todos los mitos y dejaron vacáis de esperanza a una sociedad. Incomprensible no sea exhibida en el festival donostiarra que ha olvidado la memoria histórica de Euskadi. Es un docudrama desnudo, sobre el alma cansada  de un perdedor escéptico que busca cobijo en estas  confesiones sinceras y puestas a enjuiciamiento de una sociedad que asistió pasivamente, sin información y con mentiras, al “proceso de paz.


José Ignacio Salazar Carlos de Vergara














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