lunes, 27 de mayo de 2013

"RAIMUNDO ULLOA"/ RAMÓN IBARRA

Prometido a una amiga


Me alegra muchísimo la decisión por la cual, Ramón Ibarra, por enrolarse en PV, dejara “colgado” el papel de Juan Mari Bandrés, en el filme sobre Mario Onaindía: “El precio de la libertad”.
Sabia decisión que, de no ser encaminada en esta dirección, nos hubiera privado de una interpretación, una de las mejores de la televisión en los últimos 20 años. La del célebre “Raimundo Ulloa”. Un  vasco en "Puente Viejo".
A la postre, con todo respeto ya que, yo, también  conocí y entrevisté a Juan María Bandrés en muchísimas ocasiones, y escribí sobre su tormentoso tiempo y vicisitudes políticas, la vida de Bandrés y Onaindía interesa menos, hoy, que “El secreto de Puente Viejo”. ¡Sin duda alguna!. Por eso yo escribo sobre PV y no sobre la patria.
Fue el primer personaje que contemplé en PV y me interesó muchísimo. Estaba ciego y poco conocía de su vida televisiva hasta entonces. No suelo hablar de mucho de él, de su actor: Ramón Ibarra. Pero no por desprecio, en absoluto, al contrario, alabo su encomiable interpretación sobre un personaje de lujo que lo defiende vehementemente.
Con Ramón me pasa como con la familia más cercana, que la tienes muy asumida por valiosísima y no le das ese protocolo asiduo por habituales. Tal vez porque es vasco como yo y parece que, cómo que estamos en casa, que somos de la parentela, que nos  conocemos sobradamente, obviando que escribimos para los demás. ¡Perdón!.
Su personaje,“Raimundo”, es absolutamente “barojiano”. De hecho, PV, absorbe mucho de la novela abierta de Don Pío. Es como la corriente de la historia, como el río de PV, fluye en capítulos sin principio ni fin y acaba en cualquier otra trama que recupera un distinto interés. Todo unido por episodios dispersos, unidos, sin más unión que el guión pero siempre con un personaje central y principal.
“Raimundo” está como pez en el agua en este esquema. Pero es que, además, y sin desmerecer a actores otros, este papel sobre un linaje ancestral de un escéptico e inadaptado, anticlerical suave que se opone bravamente al modelo caciquil impuesto en la España caótica de la Restauración, le pinta en poker de ases a Ramón.
“Raimundo” nunca necesitó vender su alma al diablo por un plato de “gachas”, en aquella época en la que se defendía en público la virtud, mientras que, en privado, reinaba el vicio, la ocultación y el crimen. Se sentía vivo en su independencia, en su anarquía obligada, como ser literario opuesto a la sociedad en la que vivía.
Y es que “atrapa” enormemente, cada tarde, este personaje, el más cultísimo de la serie.  No sé si se habrán inspirado en Baroja para construirlo,  pero así reza en ateo.
Es como aquellos memorables inadaptados de las novelas de Don Pío, en medio de una aterradora impotencia, pero con una energía capaz de atravesar los siete mares para  cambiar una sociedad, que saben que acabarán en un tormento de frustración, aniquilados física o moralmente, que serán fagocitados por el sistema. ¡Ese es mi mejor “Raimundo”!.
Los mejores momentos de Raimundo son aquellos en los que, abatido, sobrevive como el ave Fénix. Ni los mayores pesimismos sobre un mundo en el que lo mejor es morirse, subyugan al aventurero que hay en él. No cree en el  ser humano y en poco más. Por lo tanto, no hay solución para la vida y lo único que resta es marcarse en el individualismo  y pelear hasta la claudicación final.
Tiene esa referencia ilustrada que tanto gustaba a la generación del 98, de vena juvenil hipercrítica e izquierdista que acabaría en un tradicionalismo sobre el ayer y el hoy, con toda su patina progresista y de discursos tertulianos con los que, nunca, antes o ahora, se han curado las realidades afrentosas de este  país.
“Raimundo” se mueve entre lo miserable y lo falso y aparente de PV. Cree estar en la vejez, quemando los últimos cartuchos tras su derrota. Su cultura ha sido pasto de incomprensiones y de venganzas. Lo perdió todo por el odio que le tenían los caciques, por ser diferente.
Fue dantesco en amores apasionados que nunca resultaron aunque se consumaron en un hijo. Se enamoró apasionadamente de una mujer que resultó ser una desgraciada en amores y a cuyo único amor, “Ulloa”, jamás conseguiría. Un ser tortuoso, frío y calculador, inteligente y perverso, que se transformó en una demente asesina, acaparadora de lo único que le estaba permitido en vida, dinero que no-amor. La relación con la "Montenegro", una gran actriz, María Bouzas, rezuma, como en las grandes tragedias griegas, la naturaleza apocalíptica del hombre y de su destino trágico que, en ocasiones,  quiere ignorar.
Pero, “Ulloa”, tiene siempre algo que le queda: su fuerza vital, su escepticismo, su honorabilidad y coherencia, la lealtad y.. ¡Al pan, pan y al vino, vino!.
En ese pueblo corrupto y plagado de secretos nauseabundos tiene sus amigos y congenia con y  hasta el paternal cura “Don Anselmo”, un cura que parece postconciliar.
Perdió infortunadamente a su ser más querido, una buena mujer, Natalia, lo único con sus hijos que, aún, no le habían arrebatado los terratenientes. Y el infortunio le llegó en tragedia, al perder a su hijo, criminalizado  por deudas acumuladas. Aunque recobró a otro con él que ya se identificaba por sibilinos lazos de sangre.
Ramón es vasco auténtico y, a diferencia mía o de otros vascos que tenemos rasgos menos definidos, tiene aura de vasco nobletón. Como “Zalacain” aventurero partió allende mares y volvió con proyectos y tramas que le retorcieron su regreso. Tuvo su “Mayorazgo de Labraz ”. Se bateó en  “La lucha por la vida”. No pudo retener su “Casa de Aitzgorri”. Su amor es una “Dama errante” y errada en demasía. Sus memorias son “Las memorias de un hombre de acción” y en su “Camino de perfección” acabo cuasi derrotado por no decir envenenado al tajo.
Discreto y enardecido, cabreado como buen vasco cuando se comete una injusticia, vasco noble de aquella época al que se le abren muchas puertas pero cierran otras muchas más. El que nunca se toma licencia para resultar vano o arrogante.
El mejor y más tangible Raimundo es el familiar, con su hijo del amor con “Francisca”, “Tristán”, con su hija adoptada  y yerno. El que desvela el corazón limpio y que refunde lo que al final es la vida: el calor de los seres queridos alrededor de uno, de la familia que ha crecido y que cobija al bello anciano en el que se va transformando uno... porque todo los demás son cantos de sirenas y sonidos ramplones, aburridos, reiterativos y que te dejan vacío porque, la vida, sin la familia de “Raimundo”, es una estafa.
¡Larga vida a “Raimundo”!

José Ignacio Salazar





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