domingo, 19 de mayo de 2013

MATILDE, PERICO, PERIQUÍN Y... SANDRA JARA


MATILDE, PERICO, PERIQUIN Y... SANDRA JARA




Hay personas como Sandra García  Jara que  hacen cosas maravillosas con la voz.
Las gentes a las que nos invaden ramalazos  melancólicos, nos encontramos, en la remembranza del ayer, como unos astronautas alucinados y perdidos en las galaxias. Parece que nos han abandonado involucrándonos en un paraje lejano interplanetario y vacío de sentimientos, algo solitarios porque no podemos atrapar el tiempo que se fue; sin vuelta posible; sin posibilidad de reencuentro con personas de hoy que nos recuperen aquella época  real que pasamos hace unos décadas y que nos hicieron tan felices.
Parece como si el tiempo se hubiera parado en aquellos filmes o actores, en aquellos periodistas, en aquellos vecinos y en aquella alegre ciudad de nuestra infancia o en aquellos programas de televisión y radio. Y creemos ya no hay esperanza de recuperar lo vivido salvo en el diferido, jamás ya en el hoy. Craso error.
Esto vale para todos y de cualquier edad. Había desistido de congraciarme con las voces infantiles radiofónicas actuales y me había  quedado hecho un carcamal de no tan longeva edad, con aquellas voces tan características de los niñ@s traviesos que, con increíblemente voz simulada, interpretaban: Carmita Arenas, Julia Gallego, Matilde Vilariño, Selica Torcal y, más recientemente, Amelia Jara y Graciela Molina, con aquellas sus travesuras costumbristas o inocencias infantiles en la radio y el doblaje.
No ha hecho falta desaprender nada, cambiar el chip prodigioso para encontrar el relevo. La semana pasada lo he descubierto. Lo tenía ahí mismo, lo había escuchado en 1997 en “A la luz del fuego”: Sandra García Jara, la Voz de Dominique Belcourt en este filme frío pero apasionante. Y a través de una magazín de radio, entrevistándola o más bien en charla con una amiga que me parecía conocer de toda la vida, la esperanza de que el mundo no se acabó anteayer o ayer mismo, me hacen recapacitar sobre la burla que el destino nos depara a los incrédulos.
Cierto es que no solamente se encontraban en la profesión Matilde Vilariño o Selica Torcal, aquellos “Periquin o Gustavín”, sino otras voces  de otros tiempos, con doblajes encomiables. 
Antes, incluso, Vicky Udaeta lo hacía muy surreal en sus fantásticos doblajes de las estrellas jóvenes: Sabú, Freddie Bartholomeu o Mickey Rooney. Estaban: Eloisa Mateos, aquella “Senda” de “El bosque de Tallac” o el organillero de “Heidi”, por no mencionar los excelentes trabajos sobre voces infantiles de la cálida Amelia Jara, a la que tanto echamos de menos, acompañando con dulzura a los espectadores de todas las edades. Amelia era aquel muy nuestro “Naranjito” del que habla él “Cuéntame, en  los Mundiales 82.
Cierto es que María Dolores Gispert, con "Pipi Calzaslargas",  levantaba la credibilidad del doblaje con su interpretacióna aquella fuerte niña, la más fuerte del mundo. Graciela Molina nos vulneraba todas las neuronas sentimentales  con su interpretación del niño “Toto”, Salvatore Cascio,  en el “Cinema Paradiso”. Así como que Julia Gallego ponía el grito sin motivo y el machismo por delante, de modo exacto al original a “Koji”, en “Mazinger Z”, mucho mejor que otros con voz más cavernosa. Pero no encontrábamos ese otro alguien que nos provocara tanta taquicardia  como cuando escuchábamos las voces de los niños de la radio con sus travesuras y desobediencias del día a día, dichas impecablemente y que ocultaban otras verdaderas intenciones de las que parecía a través de sus refunfuños tan “salaos”.
Sandra llegó a  nuestras vidas a través de ese programa de radio emitido desde San Sebastián, aunque ya le conocíamos de la radio, la “cera Alex” y del doblaje. Han pasado varios años desde cuando quería ser Matilde Vilariño o Selica Torcal e iba con su mamá, Amelia Jara, los sábados al mediodía para extasiarse, escuchando a aquellos grandes del doblaje, siguiéndoles con labiales intermedias incluidas, cuando los actores se trasladaban a una pantalla de cine para fusionarse con Anne Baxter, Charles Laugthon o con el mismísimo Charlton Heston. Conoció a los mejores y más humildes: Félix Acaso, José Martínez Blanco, María de los Ángeles Herranz, José María Cordero o la “abuelilla” grandiosa: Ana Díaz Plana.
Los sueños se cumplen  y hoy es una más que digna sucesora de aquellas, simplemente, porque lo quiso ser y la fe se fusiona con las ilusiones de más alto diseño.
Como todas las grandes que se lo han trabajado la disparidad se cierne sobre ella, sus detractores o el fan  incondicional. Pero, indiscutiblemente en esta gran profesión,  ha supuesto una renovación de las antiguas voces de los 50 y 60. Sus doblajes, osados, irritables, como el de “Vanellope”, son actuales y adorables y nos trasladan a la emoción del niño que iba corriendo a casa a escuchar las voces con cara de aquellos dibujos animados de “Los Picapiedra”, Eugenia Avendaño o Rita Rey. No traen los resuellos del benjamín que  escuchaba a sus padres hablar de los duelos paterno-filiales de “Matilde, Perico y Periquín” y de sus desencuentros costumbristas de tanta nostalgia. El niñito embelesado  con Selica y su “Heidi” o con su Cerdita “Peggy” de “The Muppets”.
Sandra Jara continua con las voces aniñadas que le han precedido en las últimas cuatro décadas. Aunque no sólo es ese su logro sino el que, a diferencia de algunas de ellas, descubre sus graves y se los trabaja. Y es rompedora y sales del cine, encantado de haber escuchado tan bonita y ajustada al personaje voz. Es una pequeña genialidad que se mueve entre el rigor de la dirección obligada y la creatividad del libre albedrío, y como muchos de aquellas de otros tiempos, se escapa a los moldes prefabricados. Y suena  a los mejores registros que hubo sin depender de ellos.
Casi es la Voz de los últimos “Oscar”. Fue un acierto él ofrecerle ser Quvenzhané Wallis porque supone un cambio innovador en los registros, una sorpresa total por su evocación poética de una forma de vida en peligro, que te emociona en su visión. Sandra es así: inyección de  penicilina con  espíritu innovador.
Es descaro y ternura, magia, ensoñación bronca y cariño. Es “Claudeen Wolf” que practica el fashion del doblaje y destaca siempre entre muchos. Le encanta el doblaje y tiene mucha personalidad. Es, como “Clawdeen”, la que todos los “enanos”  quieren como muñeca, la chica que todos los niños de corazón queremos escuchar en los doblajes. Es realismo mágico. Y en ocasiones, como en “Crónicas vampíricas”, con Candice Accola, nos impregna en imágenes apocalípticas y poderosas
Sandra no te deja indiferente, es pura vehemencia y solvencia y es una persona alejada del miserabilísimo de la profesión. Si tiene que criticar, lo hace y te atiende.
No tiene orejas puntiagudas como alguno de sus personajes, ni largas garras o colmillos blancos como en “Monster High” pero sí tiene un “pico” de oro molido, es divertida y te encariñas con ella enseguida. Es más, sugiere que ya le conocías.
Puede ser una ingenua plomo, la cría más perversa o adorable de una comedia con escuela secundaria de por medio o una estudiante torpe con talento sin explorar. Puede protagonizar la  linda historia de una belleza no estereotipada como muchas, una niña que busca a su madre entre juegos solitarios o aquella que va pasando de niña a bella mujer. Con Sandra o nos partimos de ternura, nos agotamos de risa, se nos electriza el cabello o damos pasos de “Hip-Hop” o salimos aprendiendo eso del “fitness” para mantenernos en forma.
Y es la Voz ideal para las viñetas cósmicas y la compañía para las leyendas y las culturas  de las hijas de gentes del orbe más oriental y lejano y que, cuando la raptan, se reza a los ancestros para encontrarla sana y salva.
Uno de sus mejores doblajes es a Nell Jones, en “NCIS”, como ella posee una habilidad analítica de composición, como aquellas voces de antes, con una renovada aptitud tecnológica invalorable. ¡Sandra!.

José Ignacio Salazar

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