domingo, 8 de diciembre de 2013

NELSON MANDELA

Tenía 18 años cuando escuché por primera el nombre de Nelson Mandela por primera vez en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense. El nombre de Nelson Mandela asomaba ya con alguna  fiabilidad en nuestros libros de historia de la facultad. Tuvimos además muy buenos profesores ya que la mayoría de las tradiciones de la disidencia y la oposición al colonialismo europeo se habían omitido cuidadosamente de la educación anterior. Esta "historia por omisión", al servicio del poder y la necesidad de promover una sola lectura de los acontecimientos para mantener el status quo, recordó vigentes la educación soviética de aquella época, después del derrumbamiento de la URSS, como en Sudáfrica tras la abolición del apartheid, advertía que era pues necesario reescribir los libros de historia. Se inició un proceso de adaptación intelectual a los nuevos tiempos con una novela de Toni Morrison, ediciones (Christian Bourgois, 1989), incluida en los  programas de los cursos de literatura proporcionados por universidades norteamericanas. Este libro estába dedicado "a los 60 millones y más". Con un reconocimiento de una cifra que representaba una estimación del número de africanos secuestrados, comprados y luego revendidos, que murierón en el momento del comercio transatlántico de esclavos. Sabíamos que 60 millones de personas habían habían sido borradas de la historiografía americana para no reconocer el sufrir como el único destino para un hombre en el África Sud. Si Nelson Mandela era considerado un terrorista por la Sudáfrica blanca, se le comenzaba a reconocer en la univesidad y  por otros del sistema.
Tres años antes de su liberación tras 27 años de confinamiento, Margaret Thatcher, el primer ministro británico, estaba hablando todavía de la ANC, de la que era el líder, como de una "típica" organización terrorista. Siendo en el 2008, después del final de su Presidencia, que Estados Unidos retitó a Nelson Mandela de su lista de sospechosos para los servicios de inmigración.
Es vergonzoso el rememorar que personas supuestamente civilizadas utilizaran todos los resortes e incluso la lengua para justificar una política genocida y unas guerras. Incluyendo los privilegios, el silencio y los actos por los cuales se mantuvo a personas como Nelson Mandela en prisión y a la mayoría de los negros africanos en una posición de inferioridad y servidumbre legal. Eran racistas. Los blancos eran los terroristas reales. En los días del nacimiento de Mandela, en 1918, Europa controlaba alrededor del 80% del planeta. La situación cambió después de 1945 con la independencia de muchos países. La lucha por la erradicación del apartheid se convirtió en una batalla para librar al mundo de una de las últimas manifestaciones de un sistema internacional de discriminación y explotación. A ese orbe perteneció Mandela.
Nelson Mandela adoptó contra sus opresores una actitud caracterizada por "respeto" a enemigos. ¿Lo hizo como una cuestión de principios, por política, pragmatismo o una combinación de los tres? Se puede discutir, pero su magnanimidad y su insistencia para colocarnos también en el punto de vista de nuestros enemigos se han convertido en parte esencial de su legado. Resistente al instinto de venganza y ambiciones personales, sugirió la idea de una reconciliación nacional como la piedra angular de la transformación social: incapaz de barrido pasado, tendría que encontrar una manera de incorporar el pasado en el presente con el fin de asegurar un futuro más justo y más estable.Voluntad  de humanizar al adversario, un  deseo de humanizar el oponente y todos aquellos que aún se oponian a la igualdad racial y la democracia, cambiaron la naturaleza del discurso político en todo siempre. Aquellas viejas y nuevas élites, que disfrutaban del poder y privilegios, se enfrentaron a un desafío: ampliar las reformas para mejorar las vidas de los pobres, los desposeídos, todos aquellos cuyo trabajo facilitaba la vida cotidiana. Por sus palabras y sus acciones, Nelson Mandela sugiere que la responsabilidad e imaginación moral están en el corazón de cualquier enfoque virtuoso. Con Nelson Mandela, como todos los días en este país, hemos asistido a una liberación del potencial humano bajo formas que obligaban a pensar, a veces con remordimiento, vergüenza y con un nuevo sentido de responsabilidad, lo que podría ser Sudáfrica (y el mundo, también), si uno no hubiera dejado el flagelo del racismo manchar la historia de la humanidad desde hace cinco siglos. Nelson Mandela siempre ha cuidado de señalar que no fue él quien había realizado el cambio en el país. Su contribución vino tras un largo y potente combate en todos los niveles, emprendidos por cientos de miles de personas durante siglos. Y en todas partes donde hay opresión, la lucha continúa. Nunca estuvo por encima de la crítica: muchos condenaron la generosidad que ha mostró hacia los blancos, ya que habría permitido a la vieja y a las nuevas elites que de algún modo la explotación continuara poerque no se reformaba la economía sudafricana.
Algunos evocan su considerable fortuna personal, cuyo origen no ha sido explicado adecuadamente. Otros señalan el hecho que dejó atrás una familia rota, niños mantenidos por  su dinero en lugar de honrar el legado de su padre. 
Fue acusado de no haber abordado rotundamente el flagelo del SIDA y el VIH durante su presidencia. Lo nego siempre, nunca tomó con ambigüedad ese cancer y luchó frontalmente contra la epidemie.
Como Mahatma Gandhi y Martin Luther King, otros dos íconos de los movimientos por la justicia social en el siglo XX, los distintos aspectos del legado de Mandela han sido una constante sucesión de debates y disputas, entre luchas y esperanzas, por un proyecto para un mundo mejor.
El discurso democrático también requiere no dejar a ningún individuo o patrimonio nacional la huida de un diálogo de civilizaciones: un diálogo anclado en el presente, pero sin embargo buscando entrar en informes entre pasado y presente. En "Beloved", de Toni Morrison, las voces de los esclavos fueron olvidadas, silenciosas y caricaturizadas por la historia. Pero, en última instancia, esa capacidad de enfrentarse a la vida pasada todavía ayuda muchísimo a suturar las heridas de una comunidad fracturada y traumatizada. Lo que es ingenuo por ignorancia deliberada es  reducir algo al silencio con el tiempo, porque con el tiempo se convierte, en algo mucho más ruidoso en la novela, tanto personal como política. 
Así fue y será para Sudáfrica: es el nombre del hombre que trató de borrar la penuriosa historia de todos los labios, cambiar las calles del pequeño pueblo sudafricano en unas amplias avenidas como en las mejores y más avanzads metrópolis del mundo. Tuvo una  empatía absoluta incluso, los desafíos que soportaron las espaldas de Sudáfrica, hoy se han convertido en  acontecimientos que definieron un presente de futuro para no destruir el mañana.
Nelson Mandela nos legó la certeza de que, sin esta forma de empatía absoluta, este tránsito para conseguir una sociedad cambiada, en la que los marginados, los pobres tengan voz, no se consuma sin un previo cambio personal, social o político y, por supuesto, con justicia. Esta parte del legado de Nelson Mandela continuará a alentar y ayudar a las futuras generaciones para abrir su horizonte moral, para desarrollar su sentido de responsabilidad hacia la sociedad.
Hoy, Nelson Mandela,  está más allá de la gloria y premios, la solemnidad de las ceremonias y de los pasillos de la política internacional. Lejos de aquellos veintiún cañonazos y de los aviones que surcaban el cielo cuando asumió el cargo como primer presidente electo de Sudáfrica democrática. Una foto en el final. Un niño entre otros. En invierno, en medio de las colinas con vistas a la aldea de Qunu, más allá del río Kei, coloreado de azul por el océano Índico. Con sus compañeros, él cuida el ganado y juega en el calor del sol del invierno. Por la noche unas antorchas se encienden sobre las descoloridas áreas de pasto. Nelson Mandela

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