ACTORES DE LA TARDE:
IVÁN MONTES, SANDRA CERVERA Y MARIO ZORRILLA
CON: CARMEN CANIVELL, SELU NIETO, ANTONIO LENCE, MARÍA BOUZAS, MARTA TOMASA, FERNANDO CORONADO Y MARÍA DE NATÍ.
Preciosa secuencia interrumpida por el fascista que, como siempre ocurre en España con los funcionarios con su grosera prosa autoritaria, acaba estropeando los mejores momentos de nuestra vida, interrumpiendo una idílica llegada a Puente Viejo. Magnífico Iván Montes y una extraordinaria Sandra Cervera en la secuencia final. Parece como si "Prado" regresa de algún modo a sus orígenes, a conocer a su padre. Puente viejo en voz de "Matías" parece más exquisito por la ilusión que pone al pronunciarlo que nos ha sumergido en una preciosa historia de amistad entre adolescentes, de sueños ya perdidos en el día de hoy y creo que este rodaje de Iván a servido para que tome las riendas de una trama de modo seguro; es de esos actores que luego, en el tiempo comentas, así comenzaron los grandes. De parecido físico y voz con Eugenio Domingo (la primera voz de Jerry Lewis en España en los doblajes), es de estos actores muy queridos por la cámara por su inocencia e ilusión, transparentes, que me recuerda también al Gary Cooper de muy lejanos tiempos y que es un chaval magnífico, de estos que se dan de cuando en cuando y que son los que dan nobleza a la profesión y esperanza de que los actores son muy buena gente y no tienen por qué volverse unos degenerados con el tiempo. De estos actores que no olvidamos de su presencia en cualquier giro de guión que se nos propone.
Ha sido un momento que me ha traído a la cabeza aquellos pasados de los mejores vividos de ESDPV. Por la ambientación, por la dirección de actores, porque vuelve otra "Castañeda" como en los mejores tiempos de la llegada de esos hijos desperdigados por ahí y porque ha mostrado esa profunda melancolía que es lo mejor de la serie que la hace inolvidable e imperecedera.
Bellos y lentos momentos para esa llegada que ya comienzan a complicarse con la actuación del chófer del autobús, un renegado del arado y un fascista. Actores deslumbrantes; la preocupada "Emilia"; el circunspecto y con su elegante toque cínico de "Alfonso" que cuando actúa sin su esposa, deja de comportarse como un calzonazos; una "Prado" etérea y volátil, escurridiza, con cierto desparpajo a pesar de su timidez, que es lo mejor que tiene María de Natí; y ese actorazo que será Iván Montes sin tener que recurrir a poner el trasero y ser un trepa, en su papel de maestro de ceremonia de flirteo. Todo este momento es de una maestría casi sobrenatural en Iván que te engatusa y te salva la secuencia. Y de hecho, Sandra, Fernando y la propia María de Natí son secundarios frente a él, los tapa. Es la fe que tiene Iván que le llevará muy lejos. Es uno de los jóvenes que más han cuajado en la serie y durará.
Y además es una secuencia muy triste en el fondo, esa melancolía que pone "Prado" me ha gustado mucho. Que acaba en un lugar que será feliz y donde enterrará tantos momentos amargos y donde conocerá sus orígenes y ahondará en las raíces de su padre. Es esa búsqueda de la felicidad que es el hilo conductor de ESDPV; truncada siempre porque muchos de los personajes fracasan de algún modo o son apartados por el destino y el guión. Muestra "Prado" una desolación, tristeza dolorosa y algo de reacio que le hace ponerse en guardia. Su papel es muy bonito; veremos lo que resulta. Creo que es una historia llana que no debería caer en lo transgresor, que tiene un fondo de infancia exquisito pero con el espejo roto; una historia de amor y de gran hondura emotiva, que debería dejarse de sentimentalismos ya que además Iván en su "Matías" es muy pizpireto y cachondo, y adentrarse en un viaje a sus orígenes y en busca de una verdad con un amor entremedio. Aunque el público pide romances bellos y yo también, pero creo que estos dos personajes dan para mucho más. Estamos no ya ante el nacimiento de unas relaciones sino ante una preciosa remembranza de los mejores años de nuestra vida y de cómo no se ponían límites en aquella época juvenil a nuestros deseos, hacíamos todo por nobleza y arrojo y no nos importaba ni nos invadía la culpa al traspasar todo lo habido y por llegar.
Genial ese pasotismo en Marío Zorrilla al que quieren vestir de verde y lo usan de maniquí pinturero y sabrosón. Siempre me ha parecido "Francisca" que estaba un poco desjaulada. Nos hemos reído mucho y alegrado esta tarde en la que sale el sol en Hendaye ahora. Monisimo "Mauricio" vestido de un verde oliva aceitunero altivo y poderoso, propio para capataces que faenan entre gamberros y alcahuetes. "Mauricio" antes de pasar por el sastre. ¡Que juerga! Un buen registro de pasmo en Mario que asocia esas prendas olivareras o peor aún, verdes, a su look renovado, como destino de que todo cambia y nada al mismo tiempo sino que se cosmetiza entre colorines rijosos que no van ni con cola. "Mauricio" en los límites de un conflicto de vestimenta bipolar, casi profético de una ejecución pública porque si te ven así, te asesinan. Caza de capataces tiroleses entre labriegos que no entienden de tales delicados ropajes y olivícolas coloraciones tan alegres para tristes católicos.
Por cierto momento en el que Maria Bouzas se cachondea, yo creo que no estaba en el guión y no podía contener la risa.
Morboso momento, surrealismo puro y agrio y don Luis Buñuel al aparato. Momentos que me han recordado a "El perro andaluz". Interpretación figurativa en el genial Selu donde uno imagina que está soñando ya que los sueños no tienen ni lógica, espacio real ni tiempo. Una inmersión graciosísima en el mundo de los sueños que resulta inmediatamente significativa. Con una sucesión de salidez sexual, inverosímil pero divertida. El mundo surrealista de Buñuel de adentrarse con naturalidad en lo obsesivo, en los deseos lúbricos más persistentes e inconfesables, en las degeneraciones aparentes y ocultas y que sólo se dan en los sueños y su misterio. Pasiones y rarezas que asoman mientras intentamos polinizar en esta fría primavera que, como nos descuidemos, se nos congelan los bigudies. El inconsciente es un pedazo de arcilla y que casi nadie moldea. Así lo entiende "Hipólito".
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