miércoles, 5 de junio de 2013

EL HORROROSO ASESINO DE MAUREEN ADA OTUYA, ERA EL “ABAD DEL MONATERIO DE SIFÚ”




Nuestra más profunda condolencia a la familia, por el fallecimiento de la pobre nigeriana que sobrevivía de la prostitución más lacerante y que, en el transcurso de la mañana,  ha fallecido asesinada.

Debió de ser una muerte horrorosa. Atada, indefensa, padeciendo un dolor inenarrable cuando  le resquebrajaban la osamenta, su cuerpo óseo hecho astilla por una maza, cuando el mal nacido le golpeaba con un sadismo ilimitado, en todos y cada uno sus huesos, machacando hasta lo más profundo de las vértebras.

Brutalmente golpeada, la inocente, no se pudo defender de la sofisticada  paliza propinada. Aullaba alaridos cada vez con menos fuerza porque su vida se apagaba.

Juan  Carlos Aguilar, a diferencia del monstruo del filme de Philip Noyce, sorprendentemente, no dejaba pistas para descifrar. Igual sí, lo que ocurre es que, no se preocupó nadie de investigarlo. Ni tan siquiera se percataron sobre la ausencia de algunas chicas, prostitutas y extranjeras, que entran, salen las pobres, nadie controla y Bilbao es el “Bocho”. Y sus calles, la atmósfera oscura del Shaolín donde cometía tropelías religiosas a plena tranquilidad.

Un Psycho Killer. Un  enfermo mental, mezcla podrida de aquel Robert de Salvo, estrangulador de Boston, y el sádico  Krug Styllo. Torturas entre pobres infelices. Un budista de la élite, sin reparos,  que  se “corría” sopesando la capacidad de sumisión de la mujer. Gracias a las chicas que secuestraba podía ver parte de ese sueño cumplido. Como se deshacían esas mujeres anónimas por las torturas, que incluían: humillación, sumisión, cortes, apuñalamiento y desmembramiento. 

Desde su templo oriental, sin conocer el número de víctimas descuartizadas, un maníaco homicida actuaba necrologicamente y con todos los derechos. Crímenes al lado de casa, escabrosos, asesino ritual que seleccionaba huesos de la anatomía de desconocidas y desvalidas, de unas  desamparadas que debían prostituirse en lo más bajo y que  gritaban espantosamente cuando las sometía a su ritual macabro, con incienso y cantos lúgubres. ¡Un hijo de puta!.

Pensábamos que, esto, sólo sucedía  entre killers norteamericanos, recurridos en el cine desde “Seven”. Entre técnicas informáticas y buscando el espanto de los espectadores. Que esta truculencia de sucesos era la atmósfera “tenebre”, válida para crear momentos de pánico cinematográfico con mujeres que lucen sangre  y tópicos, no traspasaba las pantallas de nuestro Estado, que era territorio de lugares alejados, parajes macabros que dan a luz gentes con todo tipo de derrames psíquicos y de anomalías sexuales.

Cualquier maltratador es un delincuente. Y, además, puede ser en grado extremo, un asesino. Se empieza despreciando a la mujer, para continuar odiando hasta su cuerpo y contemplarla como una probeta para experimentar las rarezas más extravagantes como un sádico consumado. Este, además, era un científico del tiempo del renacimiento, de amplia cultura moral y de sabio resuello iluminado para hacer caminar a sus “escolares”, como “maestro” de nada, hacia la senda de la liberación. Por ello, será, que  ha facilitado tanto el tránsito a otra vida mejor, a la pobre Maureen y  a alguna más.

Llegado de oscuras experiencias, “montándoselo” en plan “friki”, vestido de carnaval y naranja por Bilbao, sin algún certificado, a la deriva oriental, para darse una aura más sabiamente esotérica, repartía dogma sabio a ciertas horas del día, para transformarse en un monstruoso agresor mortal de chicas que casi estaban en el anonimato, en otros momentos. Pobres mujeres de misérrimos países africanos que sólo contaban con su cuerpo para mandar dinero a su familia. Me ha conmovido esta historia, mucho. Y me embarga muchísima más tristeza.

A diferencia de los iniciados en el  “Kung-Fu”, persona innoble y de perversos sentimientos. Oportunista que se parapeto en los aforismos de  valores éticos y morales, de corazón limpio y rectitud  de carácter, como  coartada para odiar al cuerpo y despreciar el color de la mujer, sin ser apercibido por nadie, dentro del parque temático que había creado.

Asesino múltiple. Xenófobo. Sacó a su mayor Satanás  a pasear por la Gran Vía bilbaima y suburbios castizos. Santón farsante que organizaba viajes mágicos  al templo de “Shaolin” y  a tres mil euros, al 50% de comisión, durante siete años continuados. Predicando la pobreza  a sus alumnos, mientras, él, se quedaba con el dinero.

Castigando con dureza a su parvulario por las venalidades que cometían con su cuerpo mortal y reencarnado, mientras, se dedicaba a destripar huesos y en tanto los arrojaba desnudos por el despacho de  gimnasio o los esparcía por el cuarto de baño de su casa. Desde luego no miraba en el corazón de su predicando  y ha resultado el peor ejemplo ético que podía esperar sus timados.

Las artes marciales, en este engendro, humano no eran para defenderse, para sentirse seguro o para practicarlas deportivamente, eran casi un ritual religioso para hacer soportar en los demás, límites dolorosos hasta la extenuación total. El que no los resistía, debía morir. Aquí no había elasticidad o flexibilidad. Sólo un ser monomaniático que, por cierto, ahora, va haciéndose el “orate” y cualquier día le dan permiso carcelario.

Todo lo que podía enseñar está en esa foto fija encontrada por la policía. Una mujer casi desvanecida en el suelo. Las manos amoratadas de las ligaduras que casi le cortaban las venas. Pies y cuello casi rígidos ya, no se podía ni levantar ya que los huesos los tenía pulverizados. Y, al lado bolsas de basura con malolientes restos de otras inocentes que llevaban un tiempo ya descuartizados.

 ¡Que la tierra te cuide y sea benigna Maurren!. ¡Perdonamos!. Allá donde estés por no haber sabido prevenir este cuento que se veía llegar como el viento precede a la lluvia. Por toda la crueldad que este hijo de puta te ha infringido.
¡EN LA MEMÓRIA DE  MAUREEN ADA OTUYA!.

José Ignacio Salazar

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