viernes, 17 de mayo de 2013

CUANDO SE VA LA LUZ




 

CUANDO SE VA LA LUZ /  FELIZ DOS MIL RECE MUCHO

 Artículo de "Primeran.com"

 

Que sencillos y sufridos hemos vivido siempre algunos. Como decía Jorge Negrete: “alejados del bullicio de la falsa sociedad”. No es que “volvemos a casa por Navidad” sino que no nos hemos ido. Frente a tanto viaje fantasma de los “quiero y no puedo”, estamos cerca del hogar en estos días y no nos desplazamos a ningún país imaginado para darnos más importancia de la debida.
Cómo en “¡Aupa Etxebeste!”. Así anda de “atacado” el personal. Con las persianas bajadas y comprando en un “chino” los regalos de vuelta. Este año, las empresas de aviación, cruceros trasatlánticos y trenes a toda pastilla, se deben de estar forrando. Muchos de los que conocemos, en este solsticio recuperado,  han viajado alrededor del globo terráqueo, desde el Pirineo a los Andes, desde San Francisco a Pekin, desde Tombuctú hasta Paris Saint Germain, desde New York hasta la Polinesia. O sea, desde el comedor de su casa al excusado.
Aportan los viajeros quiméricos  de la navidad una movie ya muy periclitada en estos tiempos de luces. Es más, hoy, para la mentalidad más “chic” es de desangelados viajar en esta época. Irte  a  recorrer asfaltos, peligrar en  safaris o sumergir la cabeza en las aguas de Pemba,  buceando valientemente hasta sus entrañas, es de descariñados.
Da mucha pena esta sociedad a la que le han vaciado  cuenta corriente y pavonea recorrer el universo más que nunca y, encima ahora ya, como en los juegos malabares: Sin tarjeta VISA, a pelo. Y todo para darse importancia.

Los viajes turísticos en Navidad sólo son interesantes cuando son imprescindibles por trabajo, amigos o familia. Lo demás, suele ser, o mentira o de una catetada mayúscula.

Frivolizar en estos días con un individualismo caprichoso de veranear en Navidad porque sí y para desentumecerse está casi hasta mal visto. Ya no hace furor entre los conocidos o entre la  gente del facebook, de los que se esconden en muchos casos y  que son tus nuevos mejores vecinos. A lo peor te cogen una manía, sin venir  a cuento, perdiendo hasta las amistades cibernéticas.

El contar embustes en navidad, jugando al trampantojo y a la pista falsa, ya no atrae la atención de los  demás. Es de una soledad aterradora y pueblerino.

Lo que sucede es que él quedarte en San Sebastián codea ciertos riesgos insuperables, siameses de  los tiempos actuales de tosco romanticismo. Te puede explotar una bengala en los morros, dejándote “jaque mate”, acudiendo pacíficamente a un evento prebraficado. O subirte una rata por el pantalón en la Plaza de Guipúzcoa, cuando los roedores te confunden con el festín de figuras que se están atracando en estas fiestas. Puedes acabar encarcelado, cuando al dirigirte  a un guardia para darle una queja, te responde de modo cenobita, riéndose de ti, que se lo digas al alcalde tú mismo, dejándote con el alma amputada y el cuerpo inflamable.

Pero te puede suceder algo mucho más sordo y caótico. Algo que te deje sin dar crédito,  ensimismado y hasta herida la nacionalidad. ¡Que se vaya la luz en “Noche Vieja” durante casi media hora y te deje  a oscuras sin tan siquiera poder encontrar el tenedor que estabas usando en la familiar cena, durando los cortes durante tres días.

¡Qué situación!. Medio Donosti sin luz, a “oscurendas”. No se pudo ya distinguir entre las enaguas rojas o pardas de sus señoritas o diferenciar a nuestros morroscos por  sus  gayumbos Calvin Klein. Hasta el año que llegaba, ya no se veía en el calendario y no daba pavor.

Las risas se nos paralizaron y la angustia surgió como espuma de champagne. Como cuando murió Jesús, todo, se hizo oscuro pero sin eclipse. Parecía el final del tiempo anunciado para Santo Tomás. La vida sucedió durante el lapso ciego lenta e impaciente.

No tenía paciencia. Aunque es culpa mía este empecinamiento en quedarme en San Sebastián en una noche tan señalada, cuando sabemos que es “gafe manzanilla” y que llueve siempre que hay fiesta y sale el sol cuando hay que ir  a trabajar.

Me llevé un buen cabreo pero no había remedio. Me sentí, a parte de burriciego esperando a que la luz que arreglara mi “acojono”, más desprotegido e indefenso que lo estoy con Urkullu o Rajoy. Como los primeros habitantes de la tierra a campo abierto y despoblado. Te acechan peligros inminentes al contar con tus fieras familiares, cercanas a ti, que son quienes más te odian y muy capaces de encontrar la daga y clavártela, sacando ventaja a  la penumbra absoluta, en los higadillos.

Todo depende de la electricidad. Cuando se va la luz en tal fecha, y no tienes candil, no sabes cómo llenar el tiempo que resta hasta que se restablezca el servicio o si se volverá de nuevo. Y cuando vuelve, ya nada es igual.

Lo que menos me importó fue no poder ver la tele ni al pelele de Imanol Arias haciendo el ridículo, antes de atrancarse las uvas como un fakir una espada toledana. Lo que menos me apetecía era jugar al póker en sombras o a contemplar el cielo que estaba encapotado. Y si para alguno, una circunstancia así, en otra fecha, es saludable porque te sacude la rutina, en esa noche da vergüenza ajena.

Cuando se va la luz en Noche Vieja te das cuenta de lo manso que se ha hecho el “respetable”, que lo acepta todo tipo de subidas u oprobios y se larga a cenar. Pero sin luz  surge la ira y nos revuelca aquel espíritu marcusiano sobre el cambio de poder. Más imaginación y menos corrupción.

Aunque esto no es el Amazonas aún, donde están acostumbrados a los apagones de luz, deberemos prevenir y llevar, de noche, por calles donostiarras, siempre nuestra linterna y el MODEM  bien predispuesto de batería llena para conectarnos a Internet y buscar información de la empresa eléctrica, que prefiere uses del  “902..”  Para no contestarte, no reconocer la avería y darte un sablazo como los de Sandokan.

Queda para después unos cuantos insultos, y en llegando a casa la difícil tarea de buscar velas, que nunca se encuentran donde supones y más complicado estando a  oscuras, y por ello urge tener siempre en la entrada un par de candelas de cera grandes y fósforos, así como una linterna sin pilas con polea para recargar la dinamo.

Y él rezar. Todo se ha detenido. Y sabes que, al volver la luz, anímicamente todo habrá cambiado y que habrá transcurrido un mayor rato de tiempo del que circuló por el reloj de izquierda a derecha.



José Ignacio Salazar Carlos de Vergara




 


















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