CUANDO SE VA LA LUZ / FELIZ DOS MIL RECE MUCHO
Artículo de "Primeran.com"
Que sencillos y sufridos hemos
vivido siempre algunos. Como decía Jorge Negrete: “alejados del bullicio de la
falsa sociedad”. No es que “volvemos a casa por Navidad” sino que no nos hemos
ido. Frente a tanto viaje fantasma de los “quiero y no puedo”, estamos cerca
del hogar en estos días y no nos desplazamos a ningún país imaginado para
darnos más importancia de la debida.
Cómo en “¡Aupa Etxebeste!”.
Así anda de “atacado” el personal. Con las persianas bajadas y comprando en un
“chino” los regalos de vuelta. Este año, las empresas de aviación, cruceros
trasatlánticos y trenes a toda pastilla, se deben de estar forrando. Muchos de
los que conocemos, en este solsticio recuperado, han viajado alrededor del globo terráqueo, desde el Pirineo a los
Andes, desde San Francisco a Pekin, desde Tombuctú hasta Paris Saint Germain,
desde New York hasta la Polinesia. O sea, desde el comedor de su casa al
excusado.
Aportan los
viajeros quiméricos de la navidad una
movie ya muy periclitada en estos tiempos de luces. Es más, hoy, para la mentalidad
más “chic” es de desangelados viajar en esta época. Irte a
recorrer asfaltos, peligrar en
safaris o sumergir la cabeza en las aguas de Pemba, buceando valientemente hasta sus entrañas,
es de descariñados.
Da mucha pena
esta sociedad a la que le han vaciado
cuenta corriente y pavonea recorrer el universo más que nunca y, encima
ahora ya, como en los juegos malabares: Sin tarjeta VISA, a pelo. Y todo para
darse importancia.
Los viajes
turísticos en Navidad sólo son interesantes cuando son imprescindibles por
trabajo, amigos o familia. Lo demás, suele ser, o mentira o de una catetada
mayúscula.
Frivolizar en
estos días con un individualismo caprichoso de veranear en Navidad porque sí y
para desentumecerse está casi hasta mal visto. Ya no hace furor entre los
conocidos o entre la gente del
facebook, de los que se esconden en muchos casos y que son tus nuevos mejores vecinos. A lo peor te cogen una manía,
sin venir a cuento, perdiendo hasta las
amistades cibernéticas.
El contar
embustes en navidad, jugando al trampantojo y a la pista falsa, ya no atrae la
atención de los demás. Es de una
soledad aterradora y pueblerino.
Lo que sucede es
que él quedarte en San Sebastián codea ciertos riesgos insuperables, siameses
de los tiempos actuales de tosco romanticismo.
Te puede explotar una bengala en los morros, dejándote “jaque mate”, acudiendo
pacíficamente a un evento prebraficado. O subirte una rata por el pantalón en
la Plaza de Guipúzcoa, cuando los roedores te confunden con el festín de
figuras que se están atracando en estas fiestas. Puedes acabar encarcelado,
cuando al dirigirte a un guardia para
darle una queja, te responde de modo cenobita, riéndose de ti, que se lo digas
al alcalde tú mismo, dejándote con el alma amputada y el cuerpo inflamable.
Pero te puede
suceder algo mucho más sordo y caótico. Algo que te deje sin dar crédito, ensimismado y hasta herida la nacionalidad.
¡Que se vaya la luz en “Noche Vieja” durante casi media hora y te deje a oscuras sin tan siquiera poder encontrar
el tenedor que estabas usando en la familiar cena, durando los cortes durante
tres días.
¡Qué situación!.
Medio Donosti sin luz, a “oscurendas”. No se pudo ya distinguir entre las
enaguas rojas o pardas de sus señoritas o diferenciar a nuestros morroscos
por sus gayumbos Calvin Klein. Hasta el año que llegaba, ya no se veía en
el calendario y no daba pavor.
Las risas se nos
paralizaron y la angustia surgió como espuma de champagne. Como cuando murió
Jesús, todo, se hizo oscuro pero sin eclipse. Parecía el final del tiempo
anunciado para Santo Tomás. La vida sucedió durante el lapso ciego lenta e
impaciente.
No tenía
paciencia. Aunque es culpa mía este empecinamiento en quedarme en San Sebastián
en una noche tan señalada, cuando sabemos que es “gafe manzanilla” y que llueve
siempre que hay fiesta y sale el sol cuando hay que ir a trabajar.
Me llevé un buen
cabreo pero no había remedio. Me sentí, a parte de burriciego esperando a que
la luz que arreglara mi “acojono”, más desprotegido e indefenso que lo estoy
con Urkullu o Rajoy. Como los primeros habitantes de la tierra a campo abierto
y despoblado. Te acechan peligros inminentes al contar con tus fieras
familiares, cercanas a ti, que son quienes más te odian y muy capaces de
encontrar la daga y clavártela, sacando ventaja a la penumbra absoluta, en los higadillos.
Todo depende de
la electricidad. Cuando se va la luz en tal fecha, y no tienes candil, no sabes
cómo llenar el tiempo que resta hasta que se restablezca el servicio o si se
volverá de nuevo. Y cuando vuelve, ya nada es igual.
Lo que menos me
importó fue no poder ver la tele ni al pelele de Imanol Arias haciendo el
ridículo, antes de atrancarse las uvas como un fakir una espada toledana. Lo
que menos me apetecía era jugar al póker en sombras o a contemplar el cielo que
estaba encapotado. Y si para alguno, una circunstancia así, en otra fecha, es
saludable porque te sacude la rutina, en esa noche da vergüenza ajena.
Cuando se va la
luz en Noche Vieja te das cuenta de lo manso que se ha hecho el “respetable”,
que lo acepta todo tipo de subidas u oprobios y se larga a cenar. Pero sin
luz surge la ira y nos revuelca aquel
espíritu marcusiano sobre el cambio de poder. Más imaginación y menos
corrupción.
Aunque esto no
es el Amazonas aún, donde están acostumbrados a los apagones de luz, deberemos
prevenir y llevar, de noche, por calles donostiarras, siempre nuestra linterna
y el MODEM bien predispuesto de batería
llena para conectarnos a Internet y buscar información de la empresa eléctrica,
que prefiere uses del “902..” Para no contestarte, no reconocer la avería
y darte un sablazo como los de Sandokan.
Queda para
después unos cuantos insultos, y en llegando a casa la difícil tarea de buscar
velas, que nunca se encuentran donde supones y más complicado estando a oscuras, y por ello urge tener siempre en la
entrada un par de candelas de cera grandes y fósforos, así como una linterna
sin pilas con polea para recargar la dinamo.
Y él rezar. Todo
se ha detenido. Y sabes que, al volver la luz, anímicamente todo habrá cambiado
y que habrá transcurrido un mayor rato de tiempo del que circuló por el reloj
de izquierda a derecha.
José Ignacio
Salazar Carlos de Vergara
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