Publicado en "Primeran.com"
¡Sesenta años!. ¡Casi nada!. Al Festival le debo yo ser
periodista y mi amor por la radio. Profesiones que llevo dentro de mí desde muy
niño. Cuando apenas tenía doce años, mi madre me llevaba a las puertas del
acontecimiento mayúsculo en la Ciudad: el cine y su Festival. Me deslumbraba
todo lo que sucedía a la entrada
del “Victoria Eugenia”. Y quería ser
como los fotógrafos de prensa que, por cierto, conjuntamente con prensa variada
y público, se fundían con las grandes estrellas, a lo Orson Welles, con una cercanía epidérmica en las ruedas de
prensa y en la calle. Los actores eran de la Ciudad, libres y no rehenes del
manager y protocolos.
Me hice periodista. ¡Llevo muchos años en
él!. Y me han enseñado los mejores locutores, cronistas y periodistas de San
Sebastián. Y soy feliz con mi Festival.
Pero no ha habido dicha absoluta. El Festival es la cronología de la
censura y tiene muchas puertas por detrás. Hoy, por Rebordinos, ayer por otros,
se me sigue nublando el espejo en el que siempre veo reflejado este gran acontecimiento cultural.
Sesenta años
para nada que suponga transparencia y libertad. Su festival y su insufrible
talante me recuerdan mucho a los que se exhibían en la época de Franco. Aquel,
sectario, en blanco y negro y, éste, pintarrajeado de un saturado anaranjado
semioscuro y muchísimo más caro.
Hay algo que perdura, aparte
de mucho más, la censura y que no logra, a algunos, sorprendernos
desprevenidos. No me conmueve la inclusión en plan defensor de filmes prohibidos
de una película censurada en Rusia. Tampoco me excita la testosterona que nos
da la presencia del glamour recuperado al estilo de un viaje nostálgico ala
edad de oro del Festival, obviado en los saltos evolutivos de Olaciregui. Nada
de estos artificios, nos harán no denunciar la censura política de Rebordinos.
A mí no me “camela” este su
escaparate liberaloide, transmutándose en un Cruzado liberador de filmes
perseguidos, generalmente por su marcado carácter sexual y sadomasoquista que
impacta sobre espectadores, amén de desagradable, celuloides a los que,
Rebordinos, ve repletos de rica sensualidad. Es la fórmula morbosa para
reprimidos de la “Semana de Terror”, repetitiva en sus vómitos sexuales y carne
azotada. Así quedó como un patriarca entre la progresía sin remedio, al clamar
defendiendo el lado oscuro de aquel ”A
Serbian Filme”, de Srdjan
Spasojevic, colocándose en la foto de “todos juntos” a favor la libertad de
expresión negada y defendiendo el mensaje moral de la “peli”. ¡Un cuento!.
Mientras tanto, como hacía
Franco con los partidos de fútbol, como un ilusionista no lo desvanecería
mejor, se usan tretas de humo para
intentar desviar la atención sobre el hecho innegable de que el estado de
Partidos le ha dado conseja a este director para prohibir las “Memorias de un conspirador”, sobre la “hoja de ruta”
de Egiguren con la ETA. En tanto juega
a ser el más grande defensor de la libertad de poder ver películas prohibidas
en lugares del orbe, sin explicaciones convincentes, en este año, nos impide
asistir a estrenos de filmes de rabiosa actualidad política y de cercano y
desconocido tema. O sea, que no desean algunos que tengamos filtraciones sobre
lo negociado con la banda terrorista.
Y al negarnos este film, que
no es el primero que el festival sobre este controvertido tema y sobre las
víctimas que se censura, se pone el traje de superman y rescata para su
currículo el film de nacionalidad serbia, 'Klip', de Maja Milo, prohibido en la
Rusia profunda debido a sus escenas "de violencia, consumo de drogas y
alcohol y de carácter pornográfico, que implican la presencia de adolescentes
menores de edad.
El Festival
Rebordinos, y ya nos lo demostró el pasado año en su “apartheid”, rezuma ese
exceso de sonrisas felices y caras “monguis”, propias de la edad del pavo, que
poco a poco se mutan en lágrimas porque, como en la Dictadura, es imposible
consumar un cambio democrático, muy a
pesar de haber transcurrido seis décadas.
Como con Franco, se buscan
excusas vanas para que la censura impida ver filmes, escamoteándolo tras
peregrinos argumentos que nadie se los cree, pero que cosmetizan correctamente
el rostro a un, por otro lado, dicen,
buen festival. Y como con Franco, nadie se lo cree pero, todos, se callan y se
tranquilizan.
Enredos de estos, en la
dictadura, muchos. Ni en la España de Franco, ni en esta dictadura de partidos
se puede hacer un Festival en libertad. Recordamos aquel pase casi clandestino,
en el festival de 1971, en el añorado Gran Kursaal, del excelso filme de
Visconti “Muerte en Venecia”. La dictadura lanzó un exorcismo contra la
posesión diabólica que daba buscar la belleza homosexual del cuerpo en una obra
de arte y la libertad en una obra cinematográfica.
El 1971, sin superar a
Rebordinos, el “Miramar” fue el santuario donde, también a última hora, casi
sin avisar, se presentaba en “petit comité” aquel “The last picture show”, de
Peter Bogdanovich, donde el Régimen se identificó a sí mismo en aquella
sociedad represora que no dejaba madurar en el sexo ni en nada, considerándose denunciado.
En aquella ocasión, el
argumento justificatorio fue exactamente el mismo que el de Rebordinos para
salir airoso de la prohibición sobre “Memorias de un conspirador”. Que filmes
sobre la juventud, había innumerables; que no se habían recibido presiones para
que no estuviera este film que, por otro lado, el comité no lo había valorado
como interesante o de calidad. Pero, ayer y hoy, lo que caracteriza a los regímenes totalitarios es que, un
órgano claustrofóbico, suplanta la opinión del espectador o del crítico y en
nombre de lo innombrable decide, no se sabe por qué, el que se vea o no un filme político. Y eso es
censura, sobre todo cuando no se explica la exclusión convincentemente. Franco
ya murió. Y los tiempos para poder asistir, en 1971, con una cierta
tranquilidad a “El mercader de las cuatro estaciones”, de Fassbinder en el
Miramar, también, sin sobresaltos.
No se trata de establecer
debates interminables. Se premió “A Serbian Filme” no por calidad sino como
símbolo de libertad de expresión. Del mismo modo se puede exhibir un filme, “Memorias de un conspirador”. Más,
tratándose de un tema muy nuestro y de gran preocupación, preestreno de
temporada, como símbolo de una etapa de la que deseamos saber qué se negoció
con ETA, por parte de un Eguiguren descabalgado hace un año y retomadas las
negociaciones por Ares. En el filme, que se nos niega visionar, se menciona a
Eguiguren como un cristal roto en el atentado de la T-4; algo que los
periodistas conocemos: él cómo, por qué
y en que punto se resquebrajó un
proceso y se desparramó la credibilidad de Jesús. Todos los negociadores
acabaron incinerados. Un tema político, inoportuno en el Estado de Partidos en
tiempo de elecciones.
El propio Eguiguren, en el
pase del film en el Aquarium, reconocía lo quebrado que quedó. Un film muy
nostálgico, de altibajos emotivos, de estado de ánimos pulverizados; de
perdedores. Una culta película sobre la vida de otro conspirador más, al estilo
de Avinareta y Muñagorri, despreciado y ninguneado en la corrupta sociedad
vasca. Sobre el terrorismo que no se casa con nadie ni es de fiar y sobre unas
víctimas irrecuperadas para la normalidad, por siempre jamás. Un film sobre las
fuerzas que se van; los oportunistas que llegan y sobre un mundo, al estilo de
la postguerra italiana, donde se cayeron todos los mitos y dejaron vacáis de
esperanza a una sociedad. Incomprensible no sea exhibida en el festival
donostiarra que ha olvidado la memoria histórica de Euskadi. Es un docudrama
desnudo, sobre el alma cansada de un perdedor
escéptico que busca cobijo en estas
confesiones sinceras y puestas a enjuiciamiento de una sociedad que
asistió pasivamente, sin información y con mentiras, al “proceso de paz.
José Ignacio Salazar Carlos de
Vergara
No hay comentarios:
Publicar un comentario