viernes, 21 de junio de 2013

AQUELLOS AÑOS MARAVILLOSOS DE MI BISABUELA ”QUINTINA”




 ¡Gracias! Blanca.  ¡Muchas gracias! Selu. ¡Sois los mejores!. !Impresionante!. Hoy, os dedico este artículo a los dos. De este periodista donostiarra al que, aunque tengais la vista en perfecto estado,  no conocereis  seguramente  jamás. Ello,  me permite ser objetivo.

 !IMPRESIONANTE! CAPÍTULO QUE MAÑANA  ESCRIBIRÉ SOBRE ÉL. De los mejores que he visto en los años de PV.


 AQUELLOS AÑOS MARAVILLOSOS DE MI BISABUELA ”QUINTINA”


Mi bisabuela “Quintina” era huérfana y  el ser más maravilloso que se podía conocer. Si no hubiera existido, la naturaleza sería mucho más imperfecta. La pobre, había nacido  ciega y en la segunda década del siglo pasado, recobró la luz. ¡Vaya que si vio desde entonces!. Hasta en blanco y negro y sepia. Era algo  menudita y “requetesalada”. Sus padres le abandonaron porque nació con ese grave defecto y  le recogieron unos mugrientos feriantes que le maltrataban y explotaban, incluso le ponían la zancadilla parta hacer reír  a los paletos de la estepa castellana. Pero siempre guardó la compostura. Era muy limpia y conocía, incluso  por el sonido del viento,  a la persona que se le acercaba. Era la mejor mujer de su época. Pobre, pero muy rica en sentimientos. Ciega, pero veía más allá del otro lado de las cosas. Huérfana, pero llegaba  hasta donde se proponía, Pero, sobre todo, era fuerte y muy bella. Y cuando abrió los ojos al apasionante mundo, le resplandecían en una inmensidad que hasta, cuentan los lugareños,  veía hasta por los costados y por detrás. Ojos grandiosos, ojos de lince que ya conocían aunque no veían.

Fue la primera mujer en la historia  que se dio cuenta de que, en ocasiones, los ojos impiden ver más. ¡Era genial!. Si hay algo que es poesía fue cuando, narraban emocionados los testigos, recobró la visión y fue viendo poco a poco hasta tropezarse con mi bisabuelo “Hipólito Mirañar”. Un pánfilo maravilloso y un artista genial. Sainetero mayor, que se creía feucho, que había probado, sin éxito, muchísimos trabajos y que acabó como dibujante de tebeos y de viñetas mordaces, en la Capital. ¡Una celebridad!. La entrega  a su esposa  fue por el gran amor que sintió, siempre,  por ella. Le salvó de morir ahogada, al caerse al río, y se enamoró de ella desde el primer momento. ¡Cómo no!. Nada merecía la pena ver ya sin ella. Mi bisabuela padeció de los mayores dramas y de la comedia más surreal, de igual modo. ¡Mi bisabuela “Quintina!. Yo no le conocí pero parece que recorrí, junto a ella,  todo su largo camino, que me encontraba allí. No olvidemos que era “vidente” y más cosas. Muy capaz de hacerme aparecer en escena sin haber nacido aún.

Su historia es de lo más tierna y bonita. Sería inhumano no emocionarse recordándole, por lo que me contaron sobre ella. Una chica enternecedora. Su vida, conjuntamente con la de mi bisabuelo, te hace reír a carcajadas y llorar  de tristeza y emoción. La mocita más conmovedora de “Puente Viejo”, que te llegaba hasta lo más profundo del corazón. Ternura y valor hecha mujer. Su historia, es la de tanta gente buena: Simplicidad de la vida de los que se van como llegaron; pureza de espíritu y limpieza de corazón. Son historias que te arañan el alma por dentro y te acarician por fuera. Es la melancolía y es la grandeza de estar de paso para hacer cosas sin esperar nada  a cambio. ¡Era Quintina!”.  

Dicen que conocía, ya, el mundo, por los sueños. Y que se alumbraba por entre lo luminoso de su noble querer y por entre lo sombrío de sus años en el “Circo Roger”. Hasta que un día, la nitidez despejó las nieblas de aquella mala formación del nacimiento que le costó ser abandonada por sus progenitores de los que, jamás, se supo.

Se caso una víspera mágica de “San Juan”, de allá por algunos de los años 20. Boda al estilo segoviano. Boda serrana en la plaza de su pueblo de “Puente Viejo”. Le aplaudieron a la chiquita, por guapa  y bonitísima, por discrepante y fantástica, bienhechora como grano de cebada y por ser una novia tan....resalada.  La música que le acompañaba  era polifónica, ¡bueno!, un tal “Hiroshi” le acompañaba con su dulzaina. "Un horror disfuncional!. No sé si será cierto pero me hablaron de la lírica de una lánguida de guitarras, bandurrias, de nervios de su suegra, mientras caminaba por la calle del aire, por el camino del remolino popular hasta  la Plaza Mayor desde el “Colmado”. Mi bisabuela era la primavera infinita. Nadie tuvo tanta hermosura, con su pelo recogido. Nunca se habían congregado tantos vecinos, los mismos buenos convecinos y más que, con el cinematógrafo, le ayudaron para la operación de ojos. Todos se vistieron con sus mejores galas para aquella boda, la más importantísima de su época. Gentes ataviadas a aquella usanza. Reboleros en burro o a caballo habían llegado al pueblo. Labradores de honra con aperos engalanados. Carretas que llegaron con almas que no deseaban perderse el acontecimiento. Hacheros, leñadores y los curas que tanto deseaban casarles. Uno, el principal, llegaba tarde. Y por último: Mi bisabuela y el padrino “Mauricio”, la madrina flanqueada por el novio, y toda la cohorte de invitados que se sentaban en los bancos de iglesia que reposaban sorprendentemente en la plaza de la boda. “Emilia”, “Alfonso”, “Candela” fueron testigos de las emotivas palabras de mi bisabuela para con su “Hipólto” y las entrecortadas de él para con ella.  Testimonio  del amor que se tenían “Quintina” e “Hipólito”, mis antecesores. Se habían conocido y dado la vida a sí mismos y eran los seres más felices de la tierra. Su história es la que nos ha creado a los demás y posibilita que escriba  estas lineas para vosotros cada tarde. Se dieron una vida nueva y descubrieon juntos la luz y crearon una familia y su descendencia, los dos tortolitos, tan emocionados desnudando el alma ante los vecinos y autoridades. Imborrable día para mis bisabuelos!.

¿Que queda de todo aquel tiempo que no vivimos?. Alguna foto hipocondríaca casi pintada en sepia triste. Pero.. cada día que transcurre, mirándola, cada "Noche Vieja" que transita, observándola, lejos de darme un mal "yuyo" por espectral, me doy cuenta  de que, el amor, que es real y muy dificil de alcanzar, está pincelado  de los  colores invariables de la melancolía que son los de la alegría, añoranza de sueños nunca alcanzados, tristeza por el paso de la vida, los colores de la soledad y de los que, en negro, marcan lo que nunca más volveremos a encontrar porque, aquello, se fue.



José Ignacio Salazar

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